Alemania y Austria, capítulo 14: Mil cucos y un Knuckel
Amaneció lluvioso. Muy lluvioso. El plan consistía en ver Triberg, el pueblo de los mil relojes de cuco, y en el que había una famosa cascada también, que quizá no fuéramos a ver con aquella lluvia.
El desayuno en casa de Doris fue correcto como siempre. Con un poco de pereza subimos al coche para dirigirnos a Triberg. Había que ir por carreteras secundarias, lo cual siempre se agradece en la Selva NEgra, ya que se ven los mejores paisajes. Al llegar a Triberg llovía de forma intensa. Primero intentamos ver una tienda-museo de cucos, y nos pasamos de largo con google maps., pero al final conseguimos encontrarlo. El museo tenía como fachada el reloj de cuco más grande del mundo. Estuvimos dentro de la tienda del museo viendo cienes de cucos, y baratijas varias.
Al cabo de un rato vimos que seguía lloviendo, y que aquello no iba a parar, así que nos acercamos al centro de Triberg, aparcamos en un parking (el sitio escasea en Triberg), y nos lanzamos a recorrer las mil y un tiendas de relojes de cuco que hay por allí. No era difícil darse cuenta de que estas tiendas habían evolucionado a tiendas de baratijas y souvenirs con el tirón turístico que tenían los relojes. Aunque había relojes de 15000 euros, la mayor parte del contenido eran pijadas made in china.
Cuando nos hubimos visto todas las tiendas, la lluvia seguía, y el frío. Así que fuimos a un restaurante de la zona a tomarnos un colacao, para darle un poco de tiempo a la lluvia. No funcionó.
Si Triberg es famoso es por los cucos y por la cascada. Lo bonito es acceder a la cascada desde abajo y hacer un paseíto que te lleva poco a poco hasta la parte alta, y la ves en todo su esplendor, como la que vimos en Austria. Pero con el tiempo que hacía subimos directamente a la parte alta en coche, para ver si al menos podíamos ver la caída de agua. Ni eso. Los parkings que hay en la parte de arriba y media de la cascada están a casi dos kilómetros de la cascada. Kilómetros de caladura.
Desmoralizados, sin saber muy bien qué hacer, decidimos visitar Alpirsbach, un pueblo un poco más al norte de Triberg, y en el que se fabrica una de las cervezas más famosas de la Selva Negra, la Alpirsbacher, y que tiene un restaurante-museo muy famoso. Ya que no podíamos estar al aire libre, al menos ver una fábrica de cerveza.
Tardamos un buen rato en llegar, aunque en el mapa estaba cerca, la carretera no era gran cosa y había mucho tráfico. Para cuando llegamos, se habían acabado las visitas en inglés a la fábrica. Maldición. En cualquier caso, siempre nos quedaría el Knuckel. El restaurante Alpisbacher, junto a la fábrica, era uno de los más recomendados en las guías, así que como ya era mediodía, entramos a ponernos las botas.
Fue (al menos en mi caso) una de las mejores comidas del viaje. Knuckels, una especie de escalope sobre queso, y pollos, todo ello muy rico, con una de las mejores cervezas que he probado en el viaje (para mi gusto, en todo caso). La comida en Alpirsbacher fue la mejor decisión del día. Pero todavía nos quedaba la tarde. El tiempo estaba mejorando un poco, pero a estas alturas buscábamos un plan tranquilo, así que nos decantamos por visitar Vogtsbauernhof, un museo al aire libre de la Selva Negra. Era una especie de museo etnográfico que recogía la forma de vivir, cultivar, criar ganado y trabajar de los habitantes de la Selva Negra a lo largo de los siglos.
El museo estaba en Gutach, tuvimos que volver atrás un trecho, pero mereció la pena. Había descuentos por alojamiento (por fin), descuentos por aparcar en su parking privado, y alguno adicional, así que entramos por no mucho dinero, y echamos la tarde entre casas de madera picudas con gruesos tejados de paja que servían de aislante a los selvanegrinos hace muchos años.
El museo recordaba bastante a uno que vimos en Oslo sobre la vida de los vikingos. De hecho, aun estando a más de 2000 km de Oslo, las construcciones de la Selva Negra son muy similares, y la forma de vida también. Aunque en Schwartzwald las edificaciones eran enormes. En cada edificio vivían y trabajaban muchas familias.
De hecho contaban que lo solían integrar todo en el mismo edificio para que la gente no tuviera que salir a la calle en el duro invierno centroeuropeo.
Tras una tarde jugando en el museo al aire libre, fuimos arracando hacia Ohslbach de nuevo, hicimos la compra y nos recogimos en la super terraza. Nuestra última noche en la Selva Negra.
4 comentarios sobre “Alemania y Austria, capítulo 14: Mil cucos y un Knuckel”
A mi el pueblo de los cucos me pareció la mayor turistada que he visto en mucho tiempo.
Coincido en que la comida en el museo y la tarde en el poblado fueron cojonudas.
era una gran turistada sí :D
Yo me quede con pena de ver la fábrica de cerveza. Otra vez será…
La comida, simplemente perfecta
ya,es un poco cutre q no hayamos visto ninguna en todo el viaje.. :(