Calabacín en Nueva Zelanda, capítulo 3: El lago Tekapo

Calabacín en Nueva Zelanda, capítulo 3: El lago Tekapo

La idea era ver un poco Christchurch antes de irnos hacia el centro de la isla sur, pero cuando nos levantamos e hicimos la rutina matinal de no menos de una hora (recoger cama, montar mesa desayuno, preparar desayuno, recoger desayuno, fregar en camping, lavarse dientes, ducha, etc…) descubrimos al poner el gps que realmente el lago Tekapo, nuestro siguiente destino, estaba a una buena tirada, y era mejor hacerlo cuanto antes para poder aprovechar la tarde en el propio lago. Así que como Christchurch tampoco tenía demasiado que ofrecer, tras pasar por una de sus gasolineras (esto es lo que llegamos a conocer de la ciudad), partimos hacia Tekapo, con parada en el bonito “Cafe Verde” de Geraldine, un pequeño pueblo en medio de ninguna parte.

En cuanto empezamos a internarnos hacia el centro de la isla, el paisaje comenzó a cambiar. De las planicies cercanas a la costa de Nueva Zelanda pasábamos a un paisaje más similar al alpino (no en vano se conoce esta región como los alpes neozelandeses). Empezamos a subir lentamente en nuestra furgo, y pronto estuvimos rodeados de niebla y también de nieve!

 

Las inmediaciones al lago Tekapo estaban completamente nevadas y de pronto estábamos sumidos en el final del otoño neozelandes. Los árboles caducifolios estaban ya amarillos o perdiendo las hojas, las nubes lo cubrían todo y el lago asomaba al fondo de la carretera con un azul pálido propio de los lagos situados en cordilleras calizas.

Tras empezar a ver la nieve no tardamos mucho en llegar al lago, en el que fue uno de los mejores campings que hemos visitado (también uno de los más caros y demandados). En Nueva Zelanda hay en principio “acampada libre”, más o menos… En realidad lo que ocurre es que además de los campings “normales”, con sus servicios y demás, hay también zonas de acampada sin servicios donde uno puede reservar un hueco y pasar la noche, en algunos casos gratis y en otros pagando una ridiculez. Hay una super aplicación móvil donde aparecen todos los campings y zonas de acampada con sus servicios y disponibilidad (pero en la que algunos no salen, lo cual dificulta las cosas a veces), que es bastante útil para hacer las reservas. Pero a pesar de la flexibilidad que da viajar en furgo y disponer de zonas de acampada sin servicios, lo mejor es tener más o menos un plan general de a dónde se quiere ir y hacer reservas con algo de tiempo (más de un día), ya que es frecuente quedarse sin sitio, sobre todo en temporada alta. O tener que ir a un sitio sin servicios, con todo lo que ello implica (no tienes luz, ni baños).

 

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En fin, el de TEkapo es brutal, tiene unos servicios exquisitos y las plazas son amplias, todas ellas con vistas al lago escalonadas, para no perder vista. Como no era mucho más tarde de mediodía, comimos algo y nos fuimos a explorar las inmediaciones. Había varios trekkings cerca y empezamos a hacer uno de ellos.

Entonces se puso a llover. Y nos hicimos el Mt. John Summit bajo la lluvia, pero después escampó y una especie de sol bajo asomó entre las nubes y la niebla dejándonos unas vistas del lago bastante agradables.

Después estuvimos visitando la iglesia del buen pastor, uno de los lugares más fotografiados de Nueva Zelanda, no por la iglesia en sí, si no por su entorno. Y efectivamente estaba llena de chinorris haciendo fotos. Pero bueno, pudimos sacar alguna sin que saliera nadie. Seguimos el paseo (más tranquilo) por los alrededores del lago, hasta que anocheció. A finales de abril anochece relativamente pronto en NZ (es como finales de octubre aquí), por lo que no nos dio para mucho más.

 

 

 

Lo que sí que nos dio fue para ir a un spa que hay al otro lado del lago. En esta zona se suele hacer esquí cuando el invierno se cierra un poco más, y como es habitual en sitios así, pues hay spas. La particularidad de éste es que tenía (como es habitual en NZ por otra parte) aguas termales propias, y habían construido una serie de piscinas exteriores interconectadas y a diferentes alturas, que iban reduciendo la temperatura. Así, si te metías en la más alta el agua estaba a más de 40 grados y era complicado aguantar mucho rato, y a medida que se bajaba a las piscinas inferiores había otras temperaturas más soportables. Lo mejor es que como hacía calorcito dentro del agua podías estar viendo las estrellas en la despejada noche neozelandesa desde la piscina, a pesar del frío que hacía fuera. Estuvimos nuestras buenas dos horas a remojo y a eso de las 9 volvimos al camping a hacernos una espartana cena caravanil.

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