Austria y Alemania, capítulo 8: Knuckels, mentiras y poses de Facebook

Austria y Alemania, capítulo 8: Knuckels, mentiras y poses de Facebook

La amanecida en Innsbruck reveló caras de sueño tras otra noche de intensos ronquidos del duque. Hoy teníamos un día durísimo por delante. Era extremo. Íbamos a subir a 3200 metros. Con nuestra escasa preparación. Iba a ser un ascenso muy muy difícil, con crampones. Ni más ni menos que a la cima más alta del Tirol.

Por suerte para nosotros, esto sólo era cierto en parte. Es cierto que íbamos a subir a lo más alto del Tirol, pero no lo íbamos a hacer andando. El acceso al glaciar Stubaital, que es el que da nombre a la montaña más alta del Tirol está muy cerca de Innsbruck, pero nos costó encontrarlo. El valle que llega hasta allí está plagado de pequeños pueblos con teleféricos y cimas altísimas, así que cuando llegamos a Neustift im Stubaital, pensábamos que ya habíamos llegado. Este pueblito era muy bonito, tenía muchas casitas típicas tirolesas, comercios y un centro de información de cimas, que eran estaciones de esquí. Allí nos bajamos y descubrimos que esos teleféricos que veíamos que subían hasta por encima de las nubes no eran nuestro Top of Tyrol. Parecía que la carretera se acababa aquí, pero sin embargo había que seguir 20 kilómetros más hacia el sur, entre las imponentes montañas tirolesas.

Aclarado el malentendido seguimos por la carretera, que era significativamente peor y no aparecía en los mapas que teníamos, para llegar al final al super centro deportivo de Stubaital. Aquí no había pueblo, sólo un gran centro de visitantes muy moderno, al pie de la montaña y un parking vacío. Parecía que no había muchos animaos a subir.

Para llegar a lo más alto de Stubaital hay que salvar 2000 metros, que se hacen rápidamente en tres teleféricos. Lo tienen muy bien montado, y puedes comprar tantos tramos como quieras, o sea puedes coger solo 4 tramos y hacerte 3 de subida en teleférico, uno de bajada, y el resto andando, o por ejemplo, teleférico, ando, teleférico, ando, teleférico, teleférico. Nosotros compramos 5: no íbamos a andar ni un metro para subir, pero al bajar haríamos el segundo tramo, que es el más largo, andando. Bajar no es muy de tipos duros, pero al menos nos daríamos un paseíto por esta increíble montaña.

Durísima subida a Stubaital
Durísima subida a Stubaital

Así que tiramos para arriba en los huevos que estaban completamente preparados para esquiar, y en unos 20 minutos estábamos arriba. Nos costó bastante subir las 40 escaleras que hay hasta la plataforma de observación, la altitud se notaba. No agobiaba, pero se notaba. Cinco escaleras y ya estabas fatigado.

Esto es lo que buscábamos
Esto es lo que buscábamos

Las vistas desde Top of Tyrol, al principio estaban tapadas por unas nubes negras, e incluso nos nevó! Nieve en verano, as usual. ¿Quién dijo vacaciones de sol y playa? Pero en poco tiempo las nubes se largaron y dejaron un panorama espectacular y soleado en el que pudimos aprovechar el prismático con realidad aumentada en el que te salían todas las cimas y sus altitudes.

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Pero lo más importante en Top of Tyrol era hacerse las fotos para poner en facebook, por supuesto sin ningún tipo de aclaración de que allá arriba habíamos subido en ascensor.

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A bajar hicimos un tramo muy interesante a pie, donde tuvimos que cruzar un estrecho paso glaciar, y sortear rocas y ríos. Fue una bajada muy divertida. Al final terminamos comiendo unos bocatas en el solitario parking.

La cascada junto al parking no daba mucho de sí
La cascada junto al parking no daba mucho de sí

POr la tarde arrancamos hacia Füssen, donde pasaríamos las dos siguientes noches. Con esto volvíamos a Alemania definitivamente. Füssen es un bonito pueblo bávaro cuyo principal atractivo es el castillo de Neuschwanstein (pero eso es otro capítulo), y que tiene unas calles encantadoras totalmente pintorescas. A parte de esto, no hay mucho que hacer allí salvo quizá ir a pasear al lago. Nos desplegamos por nuestra habitación de chicas del hostel (parece que cuando hice la reserva seleccioné “habitación de chicas”, aunque yo no recuerdo nada). La habitación estaba decorada con motivos florales rosas. A parte de esto, era una muy buena habitación con buenas camas. Después de ducharnos y ponernos frescos, y un buen rato de internet, salimos a dar una vuelta, pero como no había mucho que hacer, buscamos algún sitio para tomar unas birren localen.

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Para cenar encontramos el sitio perfecto, el paraíso de los devoradores de knuckels: una taberna medieval! En este gran biergarten había mazas y estrellas de la mañana colgadas en las paredes, los camareros vestían como pajes y caballeros, y las camareras como taberneras, la comida se servía en platos y vasos de barro y todo molaba mil. Nada mas sentarnos nos pusieron unos baberos gigantes, que eran obligatorios, pues aquí se comía con las manos!

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No faltó el knuckel y los ríos de cerveza. Probablemente uno de los mejores knuckels del viaje, según los expertos entrevistados.

Al final nos sirvieron chupitos de algún tipo de licor, pero no venían en un vaso pequeño, si no en un barril que uno de los camareros iba abriendo en la boca de cada comensal

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La cena fue espectacular, pero no tocaba quedarse por la noche… Füssen estaba desierto y al día siguiente había que madrugar bastante para ir al castillo. Sin embargo, volviendo al hotel nos encontramos un “bar” abierto, donde entramos a tomar unas cervezas. Encontramos que el “bar” no era tal, si no que era una lonja de un colectivo ecologista-comeflórico, y todas las cervezas que tenían eran “ecológicas” (o sea sabían a rayos). En cualquier caso nos las tomamos como buenamente pudimos. Estando allí de pie, se nos acercaron una serie de individuos a cual más peculiar. Uno de ellos se presentó pero luego se quedó junto a nosotros sin decir ni una palabra más, escuchando lo que decíamos nosotros (en castellano, probablemente no entendía nada). A la vez vino uno que tenía un aspecto de pirao, pero que era el más normal de todos, y se dedicó a hablar de fútbol con nosotros. También nos contó que su alquiler de casa era carísimo, porque Füssen era una ciudad muy cara, y que le agobiaba mucho. Pagaba 400 euros… Cuando le contamos los precios de Bilbao casi le da un mal.

DEspués de la desconcertante experiencia en la choza comeflores, nos fuimos a dormir, para poder estar frescos en Neuschwannstein, uno de los highlights del viaje.

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