Austria y Alemania, capítulo 7: Knuckels y conversaciones trascendentes
Fue un agradable amanecer en nuestra super casa de Neukirchen, el pueblo fantasma. Desayunamos a toda prisa los pocos víveres que habíamos podido comprar el día anterior en el supermercado cerrado, y tras reciclar los vidrios como REM, salimos pintado hacia las cataratas Krimml, las más altas de Austria, con un salto de agua de casi 400 metros. Esta cascada (la polémica con la diferencia entre cascada y catarata está presente cada viaje…) está cerquita de Neukirchen así que llegamos relativamente rápido.
Tras pagar los 3 euros de entrada a las cataratas (mucho más barato que la garganta del día anterior, que habíamos visto en media hora), empezamos lo que ya venía siendo habitual: ascenso, ascenso, ascenso.
La catarata no tiene 380 metros de caída, como venden, sino que es una caída de 380 metros pero en varios tramos, por lo que cada uno no es tan grande. Aun así, es completamente espectacular. El chorro cae con fuerza brutal en el último tramo creando una gran cortina de agua en suspensión. La cascada estaba reventadísima de turistas, pero algo que nos llamó bastante la atención es que igual un 80% eran musulmanes. Había infinitas mujeres con niqab por todas partes (con el calorazo que hacía). Es como si hubieran llegado 30 autobuses de Qatar. También había un par de autobuses de españoles, bastante característicos por hacer un ruido infernal, y porque gran parte de los señores iban con mocasines, y las señoras con zapatos de tacón. Curioso, teniendo en cuenta que era subir al monte, y era terriblemente resbaladizo.
Así que poco a poco, fuimos trepando a las partes más altas de la cascada, asomándonos de vez en cuando a terrazas naturales que había, desde donde aparte de calarte, conseguías buenas vistas de la caída de agua, siempre que no hubiera media docena de musulmanas sacándose fotos de una en una (que al final no sé cómo se diferencian…)
Todo el trayecto de cascada, subir, hacer fotos, bajar, nos llevó más de dos horas, así que es un muy buen plan mañanero.
Por la tarde íbamos a visitar Innsbruck, ya que allí teníamos el siguiente alojamiento. Así que antes de comer salimos hacia allí, dejando atrás cientos de figuras negras iguales. La idea era comer en Innsbruck, aunque llegaríamos tarde. Cogimos el que a priori parecía el camino más corto en google maps, para descubrir 40 minutos de intensa subida después, que el camino estaba cortado.

Tuvimos que volver a bajar el puerto, volver hacia la cascada y tirar por un cerrado puerto de montaña (que en google maps parecía horrible, pero luego estaba mucho mejor que el otro camino). Al final comimos en un restaurante de carretera, que no estaba nada mal, aunque estuvimos solos.
A media tarde llegamos a Innsbruck, y dejamos el coche en el hotel. El hotel era un poco de mala muerte y estaba aparentemente lejos del centro. Sin embargo luego bajamos una cuesta y aparecimos en el río, y bastante centrados, así que no habíamos elegido tan mal, después de todo. Empezamos a recorrer las calles de Innsbruck, que tampoco tiene demasiado para elegir.
Lo primero que hicimos fue acercarnos a la oficina de turismo para que nos dijeran… un momento! Iñigenstein se lanzó a hablar con la tipa de la oficina de turismo, y le pidió información sobre… museos? Sitios de interés? Sitios para cenar? Compras?… NO! Le dijo literalmente a la tipa “Dónde me puedo comer un helado muy grande y muy bueno?”
Mientras nos retorcíamos por el suelo de la risa, la sorprendida empleada de turismo nos dio unas cuantas indicaciones que nos llevaron a comernos unos super helados.

Innsbruck tampoco tiene demasiado que ver (aunque es centro de Swarovski, y hay un super museo del cristal, pero no era nuestro estilo), así que dimos unas cuantas vueltas por su interesante casco antiguo, vimos una partida de ajedrez gigante, y el rodaje de un anuncio de una escuela de taichí.
Y después de eso nos lanzamos al knuckel. Habían pasado demasiados días. Había que buscar un biergarten y darle al knuckel y a la birra. Encontramos uno agustino cerca de la heladería magna, y entramos bastante pronto, para las 8 y media ya estábamos empezando a comer quesitos austriacos, fase previa del knuckel.
Con las panzas llenas, emprendimos el camino de regreso al hotel, pero encontramos un bar interesante de camino, donde conseguimos más birras y tuvimos unas conversaciones profundas sobre temas fascinantes. Lo que hace una buena cerveza.
Volvimos al hotel antro. Mañana tocaba madrugar otra vez, para subir a 3000 metros!
5 comentarios sobre “Austria y Alemania, capítulo 7: Knuckels y conversaciones trascendentes”
Estas cascadas son uno de los mejores recuerdos que tengo del viaje.
Venga ya, y las noches locas con las conversaciones de Iñigenstein,jaja
Joder a Carlos solo le molan las cascadas. Somos un mero instrumento para llegar a ellas
La cascada estaba bien, pero yo también pensaba que iba a ser una gran cascada de 400 metros de caída. Menos mal que el GPS nos llevo por un camino erróneo y tuvimos que dar la vuelta. Eso hizo reconsiderar comer en Krimml. Para variar , estaba con hambre,jajaja
Eso para cuando vayamos a Venezuela al salto del angel