Calabacín en Caledonia, capítulo 5: Puñalfall
La amanecida en las mullidas camas del Skyewalker fue agradable, pero teníamos que irnos pintando, ya que teníamos que coger un ferry en Armadale, una minúscula localidad costera al sur de Skye, para cruzar a la “mainland” escocesa. No coger ferry habría implicado volver por donde entramos a Skye, y tardar casi 3 horas en llegar al norte de la mainland. El ferry nos dejaba en 30 minutos en una zona bastante más al sur, aunque íbamos a tardar más de una hora en llegar a Armadale. La idea era llegar por la tarde al parque nacional Trossachs, donde dormiríamos. Pero por el camino teníamos algunas paradas destacadas.
Después del desayuno en una cafetería junto al ferry de Armadale, la única del pueblo probablemente, y que debía su negocio a los pasajeros, paramos en un súper en Mallaig, ya en la mainland, para continuar por la enrevesada carretera que iba rodeando fiordos. Paramos en Glenfinnan, una localidad al norte del lago Shiel, que acogió uno de los levantamientos jacobitas del siglo 17 y hay una estatua y un museo conmemorativo y blablabla…
Pero donde iban todos a hacerse fotos era al viaducto, un tramo elevado de vía que pasa entre dos colinas y que es famoso por salir en Harry Potter. El pueblico era muy bonito pero no tenía mucho que ver tampoco.
Así que seguimos hacia nuestra siguiente parada Fort William, una destacada localidad a las faldas del Ben Nevis, el monte más alto de Escocia, y como no podía ser de otra manera, estaba llena de tiendas de ropa de montaña (además de las ya clásicas tiendas de whisky). Dimos un garbeo viendo las tiendas, pero como ya era casi medio día no tardamos en buscar a un restaurante a pincharnos una hamburguesa, que entró bastante bien. Salimos de allí decididos a comernos un helado, pero al entrar en la heladería más cercana vimos que no había helado de chocolate. Iñigoch estaba indignadísimo. Era inconcebible, una heladería sin helado de chocolate! Hasta ahí podíamos llegar! Salimos de inmediato a la búsqueda de otra heladería, para encontrarla sorprendentemente rápido y descubrir que aquí tampoco había helado de chocolate. Pero qué les pasa a los escoceses? No era aceptable, así que salimos a buscar otra heladería, y en la misma calle encontramos otra. En esta… tampoco había helado de chocolate. Los ojos de Iñigoch estaban saliéndose de las órbitas, mientras Unaigh sufría por su ansia de helado, ya que a él le daba igual el chocolate pero quería comprarlo ya. Tentando a la suerte, ya que en un pueblo tan pequeño no era de esperar que hubiera muchas más heladerías, salimos de nuevo a buscar una cuarta heladería. Y la encontramos. Y tampoco tenían helado de chocolate. Sabíamos que era improbable que encontráramos una quinta, así que al final Iñigoch cedió y se compró un helado de coco. Si el diccionario necesitara una imagen para ilustrar la definición de “decepción”, una de las más fieles podría haber sido la cara de Iñigoch en ese momento. Se estaba comiendo el pedazo de materia fría más insípida de su vida.
Después de la deslavada experiencia láctea salimos hacia el sur. Íbamos a Crianlarich, nuestro siguiente alojamiento, perdido de la mano de dios en medio del parque natural de Trossachs (casi como John Benjamin). El sitio de nombre casi impronunciable, especialmente si uno quiere pronunciarlo con acento escocés (abriendo mucho la boca y poniendo el acento en la penúltima sílaba), estaba a unas dos horas de Fort William. Pero por el caminó teníamos algunos highlights.
En primer lugar paramos en el valle de Glencoe, unas suaves y verdes laderas rodeadas de picos que recordaban a los paisajes más llamativos de Noruega. Allí, tras las fotos de rigor hicimos un mini-trekking (de 20 minutos) que rodeaba una pequeña colina pasando por un bosque. Allí Unaigh no perdió su oportunidad de apuñalar el pulmón de Iñigoch con un palo afilado. El paseo estuvo bien, y tuvimos la oportunidad de ver a unos gordos escoceses meterse vestidos en un río cercano y perder pie porque el río era mucho más profundo de lo que esperaban, y proporcionarnos unos minutos de angustioso espectáculo hasta que consiguieron volver a salir.
Seguimos por el suave valle del río Coe (un glen es un valle alargado y profundo dejado por un glaciar o por un río, de ahí Glencoe), para visitar The meeting of the three waters, el encuentro de tres aguas, que en realidad es de dos, para dar lugar a una tercera, el río Coe. Allí hay unas bonitas cascadas a las que uno puede trepar y hacer el mono.
Desde allí nos metimos en un camino de cabras con un ancho en ocasiones inferior al del coche, por el que tras un buen rato en segunda llegamos a uno de los highlights del día: el mítico lugar de la foto de Skyfall donde James Bond está junto a su Aston Martin DB5 y mira al horizonte de las highlands. Encontramos el punto exacto de la foto y como buenos mitómanos (aunque la peli era un poco castaña), nos hicimos una sesión de fotos, amenizada una vez más por los mosquitos infernales psicópatas que había en un charquito justo al lado de donde había que situar la cámara para conseguir el ángulo original.
El resultado no estuvo mal pero un lanzallamas nos habría facilitado las cosas. En cualquier caso, después de 200 fotos, seguimos la carretera para aprovechar el increíble paisaje de este valle en pleno atardecer.
Después de unas cuantas fotos y un paseo por el valle, arrancamos hacia Crianlarich, donde llegamos al anochecer. El pueblo, por llamarlo de alguna manera, tenía unas 10 casas, un hotel! y algún que otro comercio, todos cerrados. Nos dimos una vuelta por el pueblo, descubriendo que no había mucho que ver. Estábamos en un entorno natural impactante, pero sólo podíamos acceder a él en coche, ya que no había acera ni pistas. El albergue (un youth hostel international), estaba en medio de un bosquecito, aislado del resto del pueblo (y del mundo, no había cobertura de móvil, ni internet, bueno internet había una conexión que no funcionaba). El tipo que lo atendía era un señor de avanzada edad que por un lado no se enteraba de nada y por otro se la traía todo al pairo (excepto que hiciéramos mal uso de las instalaciones, algo con lo que nos insistió abundantemente). Tardamos 20 minutos en pagar porque el señor no se aclaraba con el TPV, metió mal la tarjeta, le dijo a Unaigh que su tarjeta estaba mal, y al final tuvimos que pagar en metálico. Para cenar nos ofreció bebidas que tenía en su cabinita donde estaba la recepción, y le comentamos que cuando fuéramos a cenar se las pedíamos. Pues bien, cuando un rato después fuimos a cenar, el tipo se estaba hincando un sandwich en el restaurante del hostel, y le dijimos que a ver si podía sacarnos las botellas. Nos dijo que tenía que terminar de cenar, para lo cual se tomó sus buenos 25 minutos (era un condenado sandwich y estaba empezado cuando llegamos!!), minutos que estuvimos sentados en la mesa esperando a tener las bebidas y mirándole de vez en cuando, el tipo haciéndose el sueco. Pero además cuando por fin nos atendió con gesto de “a qué vienen estas prisas, me estáis agobiando”, tardó otros 10 minutos en sacarnos las dos botellas de cerveza de su cuartucho y 5 más en hacer la suma de lo que costaban para cobrarnos. No era un tipo con mucha entrega. Pero sí era el primer tipo con el que nos cruzamos que tenía un cerrado acento escocés, lo que dificultaba todo más, ya que no entendíamos nada.
Después de cenar estuvimos enredando un poco por el hostel, viendo la tele con los que aparentemente eran los únicos otros clientes del hostel aquella noche, y al final nos fuimos al sobre.
4 comentarios sobre “Calabacín en Caledonia, capítulo 5: Puñalfall”
Yo también quiero una foto Bond. Sniff
Siempre te quedará hacer un fotomontaje,jaja
Glencoe , fue sin duda uno de los sitios más bucólicos del viaje. Es precioso. Pero el lanzallamas para los mosquitos no hubiera venido mal,jajaja
Para dentro de 20 años cuando vuelvas a viajar. Escocia revival 2037!