Vientam y Camboya, episodio 12: Túneles y metralletas
Ya no quedaba mucho para estar en Vietnam, pero quedaban algunas de las cosas más interesantes. El penúltimo día tocaba visitar Cu-Chi, y su museo basado en la red de túneles. Los famosos túneles de Cu-Chi estaban cerca de Saigon, y aunque no eran los únicos túneles de este tipo que había en Vietnam, sí que eran los únicos que habían abierto un museo para explotarlos comercialmente. Y no, esto no era una cuestión de memoria histórica, era una cuestión comercial; de otra manera no se explican los campos de tiro para disparar todo tipo de armas reales, incluidas las del ejército norteamericano. Digo york que si hubieran tenido un mínimo respeto por la memoria no habrían puesto esta atracción de feria, que por otra parte, era lo que más visitantes atraía.
Así que una vez más, muy pronto, vino a buscarnos un nuevo guía para ir en nuestra excursión habitual. De este guía no recuerdo el nombre, pero sí que a priori era más majo que los anteriores y no nos contó batallitas personales de superhéroe que no se creía nadie. El viaje a Cu-Chi es de algo más de dos horas, con lo que os podéis imaginar que no está a más de 50 km.
Nada más llegar descubrimos el defecto del guía (todos tienen un defecto, si no son en sí mismos un superdefecto de persona): era un estresado y había que hacer todo rápido y en el momento que él dijera. Nos instó a que fuéramos al baño. Sí o sí. Aunque no tuviéramos ganas.
Así que nada, fuimos al baño, y empezó una visita que podría haber sido muy interesante, pero que fue a toda piña intentando no perder al guía de vista.
En la visita te explican muy brevemente el origen de los túneles. Lo que parece que es un poco desconocido por la gente occidental (especialmente por los jóvenes que no vivimos durante la guerra de Vietnam), es que había dos Vietnams, la del Norte y la del Sur, y mientras la del Norte era comunista, la del sur se alineó con occidente, un poco parecido a las dos Coreas de ahora, aunque sin enanos dictadores. Precisamente esta división, y el miedo a que la Vietnam del norte metiera morro en la del sur, expandiendo el “demonio del comunismo” al importante referente del sudeste asiático que era Saigon, fue lo que llevó a los yanquis a meter las zarpas por allí. Así que aunque el norte recibió lo suyo, en el sur se dieron las tortas más gordas y excesivas. Y en el sur fue donde se organizó la guerra de guerrillas más cruenta, donde más agente naranja se echó, etc. El norte atacaba al sur, y allí estaban los americanos. Lío.
Así que el Vietcong, que era una especie de EZLN pero vietnamita, preparó la pedazo de red de túneles alrededor de Saigon, desde donde lanzaban las pequeñas ofensivas de guerrilla, atacaban por sorpresa, y se ocultaban. Pero no sólo eso, también vivían allí, tenían hospitales, redes de transporte de comida, etc. Es increíble que esto fuera así en unos túneles en los que un occidental apenas cabe por la parte de los hombros. Nos contaron que por ejemplo, para cocinar, lo hacían cuando había niebla fuera, ya que tenían que dejar que el humo saliera de los túneles, y tenía que ser algo discreto. Así que básicamente cocinaban una vez al día, con suerte.
Alrededor de los túneles había chabolas sumergidas: en vez de construir una casa y ponerle un tejado, hacían un agujero en la tierra de 6×6 y le ponían un tejado al agujero, de forma que si ibas andando a nivel de suelo, de repente había una especie de montículo de paja, que si te asomabas dentro veías que era toda una casa con su mobiliario, pero estaba en el subsuelo.
DEsde el cielo no se apreciaba nada, al confundirse con la jungla, y esa era su principal ventaja (y la principal razón por la que echaron el defoliante que luego se cargó a tanta peña). Estas chabolas sumergidas se utilizaban como museo ahora, pero nos explicaron que eran los “hospitales” de la guerrilla, o los sitios donde cogían proyectiles sin explotar americanos y los desmontaban para coger su material explosivo y hacer unos nuevos. Lógicamente, muchos explotaban mientras los manipulaban.
Además había agujeros tapados en los que se metían y de repente salían por detrás del enemigo y le disparaban, estaban las trampas, que eran una salvajada.
Es perfectamente comprensible que los soldados americanos se volvieran completamente locos, en perpetua paranoia, ya que tal como decían en las pelis, el enemigo estaba por todas partes.
En cualquier momento podían caer en una trampa, que no les iba a matar, pero sí a desfigurar terriblemente. Y de pronto podía salir un charlie del suelo y pegarte un tiro. Por cierto, nos contaron también de dónde sale eso de charlie: como eran el vietcong, se referían a ellos como VC, que en código de radio es “Victor Charlie”. De ahí, con la tendencia yanqui a simplificarlo todo, charlie. De esa locura y desesperación, a justificar el uso de napalm y agente naranja hay un paso.
Después de ver someramente los túneles nos llevaron a echar unos tiros a la caseta de tiro. Esto era una turistada asquerosa, pero lo más interesante era saber la relevancia que tuvo la Ak47 en la guerra: a parte de ser un arma que no se estropea con el agua, el barro, y que dispara casi en cualquier situación, algo muy importante para la guerra de guerrillas es que el sonido que provoca es mucho más difícil de ubicar. Por lo visto, cuando los soldados americanos disparaban sus m14 y m16, revelaban sus posiciones, pero el sonido de la AK genera un eco confuso mucho más difícil de localizar.
Tras los tiros, en los que se descubre el salvaje retroceso de estas armas (menudos hombros tenían que tener), y el ruido sobradísimo que hacen, nos llevaron a “probar” los túneles. El guía, estresado como siempre, cogió y se metió, delante, sin esperar a nadie. El tipo simplemente cogió y tiró palante. Parece que no se dio cuenta de que varios de nosotros (incluidos unos americanos), nos habíamos quedado atrás en los tiros, y entramos un poco más tarde que él en los túneles.
Pero es que los túneles eran una de las situaciones más agobiantes en las que he estado: medían un metro de alto, por lo que había que ir en cuclillas. El ancho sería de unos 60-70 centímetros por lo que encogido. No había luz. Y no se veía el final. Pero lo peor: estaba TODO el mundo allí. Por delante tenías 200 turistas en fila, y por detrás otros 200. Si te daba el yuyu no podías salir, no podías hacer nada, lo cual sólo contribuía al yuyu. De repente alguien 200 metros más adelante se paraba a hacerse una foto. Nadie lo veía, pero de repente la fila se había parado. Y no se podía hacer nada. Anduvimos un buen rato por los túneles y en cuanto vimos una salida, salimos. Respirar aire normal, de repente era todo un lujo. El problema es que no sabíamos donde estaba el guía ni el resto del grupo. Conociéndolo, y sabiendo que el día anterior un guía había dejado atrás a unos chinos por descolgarse del grupo, nos apresuramos hacia la salida. Sin ver a nadie de nuestro grupo, ni al guía empezamos a estar tensos, cuando de repente, en una de las chabolas sumergidas vimos al grupo entero pinchándose una peli de la guerra. Respiramos aliviados y nos metimos con ellos. Poco después llegaron otros rezagados, que respiraron igualmente aliviados. Se sabían el percal vietnamita: si te pierdes estás perdido.
Cuando salimos de allí fuimos directos al bus para volver a Saigon. La visita a Cu-Chi no dura más de 2 horas, con los guías estresaos, pero podría dar para mucho más con un buen guía. De todas formas, merece la pena (mucho más que el Mekong), aun con malos guías se aprenden muchas cosas sobre la guerra.
Nada más llegar a Saigon supimos que muy cerca de donde nos dejó el bus estaba el museo de la guerra, una visita obligada de la ciudad de Ho Chi Minh. Sin perder más tiempo fuimos a comer a un sitio de bocatas bastante occidental que había junto al museo, comimos rápidamente y entramos.
En la parte de fuera hay bastante maquinaria militar. Aviones, helicópteros, tanques, piezas de artillería, y vehículos de todo tipo que impresionan bastante. La mayoría son americanos capturados, aunque había también algunos vietnamitas.
Pero dentro del museo hay cosas más sorprendentes. Hay una planta dedicada a los fotógrafos de guerra que recoge impresionantes e impactantes fotografías de aquella época. También hay una zona explicativa que recoge toda la información del conflicto, dónde cayó la del pulpo, que armamento y munición se utilizó, y quiénes fueron los más perjudicados. Había mapas explicativos, cartas enviadas por dirigentes, héroes vietnamitas, etc.
Por último había una planta dedicada al agente naranja y sus víctimas, de ambos bandos, porque los yanquis lo rociaron sin criterio. El agente naranja era un defoliante, un químico cuyo objetivo no era matar, si no quitar las hojas de la espesa jungla para que no se escondieran allí los guerrilleros (también tenía un objetivo más estratégico de acabar con el campo vietnamita y obligar a la población rural a ir a las ciudades, que estaban controladas por los yanquis, y así quitaban el apoyo de esta gente a la guerrilla). Como lo echaron sin medida, cayó sobre población civil, soldados americanos, guerrilleros y sobre todo bicho viviente. La gente a la que le caía directamente quedaba jodida: problemas de respiración, cáncer, etc. Pero lo peor fue la generación siguiente, en la que empezaban a aparecer mutaciones y malformaciones. Al final, hay muchísimas personas que hoy en día, casi 50 años después siguen sufriendo sus efectos, en Vietnam y en Estados Unidos. Así que lo que se podía ver en esta planta, además de mucha información muy interesante de la mala fe combinada con negligencia con la que se utilizó este herbicida, eran fotos de víctimas, por lo que era bastante impactante. Aunque es importante no perdérselo.
Cuando salimos estábamos un poco impactados. Queríamos ver una peli, siguiendo las tradiciones de los viajes, pero fuimos a un cine cercano a nuestro hotel y vimos que las sesiones que había no tenían nada que ver con lo que figuraba en su página web. No nos daba tiempo. Buscamos otro cine en un centro comercial, pero tampoco hubo éxito: sólo podíamos ver en inglés “los pitufos 2”, así que no motivaba. En seguida nos centramos en un nuevo objetivo: encontrar una super terraza para tomarse un cacharro. En Saigon hay muchos rascacielos en los que hay terrazas espectaculares con buenas vistas para tomar zumitos, y teníamos que probar eso. Estuvimos un buen rato andando de rascacielos en rascacielos, sin éxito. Finalmente llegamos a uno que tenía muy buena pinta. La terraza estaba en un piso 42 y estaba un poco alejado, por lo que tendríamos vistas de todo el centro. Cuando llegamos arriba, se puso a llover como si no hubiera llovido nunca, y nos dijeron que sólo podían acomodarnos dentro. Eso no tenía interés, así que seguimos vagando por el centro hasta que casi cuando la fe estaba perdida encontramos el hotel Sheraton, que tenía una señora terraza, que estaba al aire libre, pero a la vez tapada. Allí fuimos a tomarnos nuestro últimos zumos de Saigon. Y echamos buena parte de la tarde contemplando las vistas brutales de la terraza (y pensando lo que podría haber sido alojarse allí).
Cuando no hubo más que hacer por la terraza salimos en búsqueda de un restaurante para cenar algo un poco más vietnamita que los bocatas de la mañana. Lo conseguimos por el barrio antiguo donde estaba el hotel Nguyen Khang. Después, mientras Iñiguyen y Car-long se quedaban en otro rascacielos que había una superfiesta en la terraza, nosotros nos fuimos al hotel. El siguiente día teníamos unas cuántas compras pendientes antes de volver a Hanoi
Por la mañana las caras lo decían todo. Sin embargo tras el reponedor desayuno del hotel Sunflower, nos dirigimos al mercado gigante de Saigon, uno de sus principales atractivos turísticos, que estaba lleno de gente, locales y foráneos, como no podía ser de otra manera.
En el mercado había de todo: artesanía, turistadas, comida, bebida, frescos, dulces, ropa nueva, ropa vieja… Así que echamos un buen rato con las compras, ya que básicamente eran las compras de todo el viaje. Cuando salimos la reventada era máxima, así que nos fuimos a un starbucks cercano donde estuvimos lo que nos quedaba de mañana, con cafés y pastelitos de colores.
Después de aquello volvimos al Sunflower hotel, donde nos conseguirían un taxi pre-pagado al aeropuerto. No queríamos ningún tipo de aleatoriedad en la tarifa, así que acordamos una y lo pagamos de antemano. El taxista se comportó de forma correctísima, sabiendo que no tenía nada que ganar adicional.
Volábamos a Hanoi, para volver al maldito hotel de Tony, que seguramente prepararía una nueva timada para colarnos.
Ya en Hanoi, intentamos ir a un punto de información que nos consiguiera un taxi limpio para llevarnos al centro. Increíble: en el aeropuerto de Hanoi NO HAY puntos de información. O al menos no como los conocemos aquí. Porque en realidad hay unos cuantos kioskos de información pero todos pertenecen a compañías de viajes, por lo que te intentan colar el trayecto por 60 dólares!!!! Se creían que éramos pipiolos aquí, pero no. Así que salimos a enfrentarnos con los malditos taxistas a precio cerrado. Conseguimos que nos acercaran al centro por 20 dólares, que siendo caro, era un precio más o menos ajustado a los timos habituales.
Al llegar, dejamos todo en el cutrehotel, con la bienvenida de Tony, y contratamos el viaje a la bahía de Halong que se nos había estropeado el primer día. Sería un viaje de un día, perdiendo gran parte del encanto, pero no quedaba otra. Nos fuimos a cenar por el centro. Qué recuerdos. Hanoi era ahora como nuestra casa. Antes de ir a la cama, tomamos una en una de las terrazas que había de camino. Hanoi era agradable después de todo, si sabías adónde ir.
Mañana era el último día y teníamos 4 horas de bus hasta Halong. Nuevo viaje organizado. Tocaba descansar.
2 comentarios sobre “Vientam y Camboya, episodio 12: Túneles y metralletas”
Capitulo express dedicado al guía vietcong.
comorl? pides o propones o que?