Vietnam y Camboya, episodio 9: Un viaje inolvidable
5 de la mañana. No era la primera vez que madrugábamos de forma extrema en uno de nuestros viajes. Tampoco la primera que ese madrugón era básicamente para meternos en un transporte y perder el día entero en él. Pero esto era Vietnam. Todo lo que anticipábamos que iba a ser el viaje a Camboya acabó siendo de otra manera. Peor.
A pesar de levantarnos muy pronto porque vendrían a buscarnos del bus, el tipo tardó bastante. Al de poco llegó y nos metió en un bus bastante cutre, aunque cómodo. Digo cutre porque veíamos los buses de la gente que salía hacia Camboya de alrededor, y esto era un poco de risa: eran buses con camas, en los que la gente iba tranquilamente dormida. Eran más lujosos que los trenes en los que habíamos viajado. Sin embargo nuestro bus era mondo y lirondo.
Así empezó el viaje que supuestamente nos iba a llevar unas 12 horas, para las 6 de la tarde deberíamos estar en Siem Riep. La mañana pasó de forma más o menos agradable.
Tranquilamente tardaríamos 2 horas en salir de Ho Chi Minh, pero la carretera era cómoda, y no se hizo muy duro. Hacia el mediodía tuvimos que cruzar lo que parecía el Mekong, en una zona en la que no había puentes. Así que los autobuses, coches y peatones se subían a una barcaza que daba malas sensaciones y cruzaban despacito. En nuestra barcaza, junto a nuestro autobús iba una señora a pie con una cesta gigante llena de lo que parecían cucarachas o algún otro insecto repulsivo. Cada poco tiempo cogía uno y se lo comía como si fueran quisquillas.
No mucho tiempo después, llegamos a la frontera y conseguimos nuestros visados para visitar Camboya. El paso de la frontera no es apto para los control-freaks como yo: cuando llegas a la parte camboyana el guía te quita el pasaporte para dárselo a las autoridades locales, y te mandan a una sala de espera, donde van llamando por nombre. Hay un momento en el que tienes que pasar un security check del que no puedes volver atrás, y seguir avanzando por un camino sin retorno. Entre tanto tu pasaporte está en manos de nosesabequien. Todo esto lo deduces viendo lo que hacen otros viajeros, ya que nadie da instrucciones, aunque hay unos bonitos carteles que podrían ayudarte si conocieras la lengua jemer. Algunos de esos viajeros a los que imitas están tan perdidos como tú, o te están siguiendo a ti directamente. Así que llegas a unas barreras en las que el guía reparte los pasaportes, pero misteriosamente sólo reparte a los chinos y a los vietnamitas. Todo occidental se queda marginado en una esquina sin noticias de su pasarpote ni saber cómo demonios se entra en Camboya. Al final consigues que te llamen, y den el visto bueno para que entres en el país, pero sigues sin pasaporte. Así que con muchas dudas, te montas en el bus sin pasaporte. Al final el tipo que te quitó los pasaportes de los devuelve. La gestión es en realidad muy eficiente, pero estaría mucho mejor si te informaran de qué demonios está pasando.
Para la hora de comer llegamos a Phnom Penh, la capital de Camboya donde se encuentran super palacios y supertemplos dorados (y super tumbas comunitarias del infierno jemer). Allí supuestamente teníamos poco más de media hora hasta nuestro siguiente bus. Para cogerlo teníamos que hacer un trámite en una agencia de viajes, con un vale que nos habían dado en el otro autobús. Era todo un poco turbio, pero es que no estamos en Japón. El segundo bus tardo dos horas y media en aparecer, poniendo tensos a todos los que los esperábamos. Que estábamos sin comer, por cierto, y sin muchas opciones de comprar comida ya que no teníamos rieles cambiados.
Cuando por fin apareció, nos sentaron en el peor sitio posible: atrás del todo, junto al baño del autobús (que era infame). Aunque Carlong consiguió un “buen” asiento en la penúltima fila, y le pusieron a un monje budista al lado. Inicialmente tenía otra compañera, pero el monje no podía ir sentado con una mujer (qué bonitas son las religiones!) y pidió un cambio de sitio, y le tocó con Carlong, que le estuvo abrasando a preguntas sobre budismo, ser un monje budista, política, etc. El bus anterior nos había parecido una porquería, pero ahora pensar en él era pensar en el paraíso. Los asientos del bus camboyano eran estrechos, inclinados hacia adelante, no había sitio para las piernas (y mira que somos pequeños), no tenía nada parecido a refrigeración, con el calorazo de muerte que hacía, el baño estaba al lado, con los paseítos consiguientes, y además la suspensión estaba en modo “cama elástica”. Bueno este autobús tenía que dejarnos en Siem Riep en unas 6 horas, tal vez menos.
Pues no, fueron casi 9 horas de autobús infernal. El baño se fue llenando de lo que se llena un baño, y a todas las incomodidades originales había que añadir el hedor que salía de la puerta que teníamos al lado. Al menos aprendimos cosas sobre las batallas políticas y religiosas que había en la región con los budistas.
Cuando llegamos por fin a Siem Riep llevaba lloviendo intensamente al menos dos horas (habían hecho que el camino además diera un poco de miedo: el autobús iría como mucho a 40 km/h, pero parecía que iba a 140, entre la lluvia, la oscuridad absoluta, los botes, los ciclistas y tuktuk a los que tenía que esquivar de mala manera…) Si la frontera de Camboya no era apta para control-freaks, el viaje no era apto para gente que se marea.
Al llegar nos esperaba el tuktuk prometido por la chica del hotel kang de Saigon (dónde quedaría Saigon a estas alturas…). El tuktuk iba en el precio de todo el viaje y nos iba a dejar en el hotel. Aunque se perdió y pasó varias veces junto a la calle del hotel sin encontrarla, el tipo hizo una labor digna. Pero lo estropeó todo cuando quiso cobrarnos al final. No era mucho. Pero era un maldito miserable, después de que nos dijeran que iba incluido en el precio. Conociendo después a los camboyanos, dedujimos que probablemente el tipo del tuk tuk tenía razón en pedir que le pagáramos, porque probablemente la agencia vietnamita no le dio un duro. Así las gastan en ese país. El tipo pasó a la etapa de negociación, diciéndonos que no nos cobraba, pero luego nos llevaba a los templos de Angkor cobrándonos y blablablá… Así que como la cosa pintaba un poco chunga decidimos pagarle y mandarle al guano.
En la recepción del hotel la cosa cambió. Los camboyanos son gente realmente agradable y hasta cierto punto tienen pinta de bastante cándidos. Aunque Siem Riep recibe una salvajada de turismo, parece que aún no se han corrompido por el dólar (o por los chinos, más bien) como sus vecinos orientales. Menuda diferencia con Vietnam. También hay que decir que son gente un poco más gris y cabizbaja, probablemente todavía no hayan superado como sociedad lo que vivieron hace 30 años. La gente de la recepción nos dio una bienvenida calurosa (y mucho más sincera que cualquiera de las de Vietnam), y nos dieron nuestras habitaciones, que no estaban nada mal. Aunque la cantidad de mosquitos era ingente, y por ser zona de riesgo, ya estábamos dándole al malarone.
También intentamos montar una mosquitera de las que habíamos llevado. Con escaso resultado.
Bajamos a cenar al restaurante del hotel, donde pudimos comprobar que la comida jemer tampoco es ninguna maravilla. Todavía no he encontrado un país asiático (a parte de Japón), en el que haya comido bien…
Contratamos con el hotel un tuk tuk que básicamente estuviera a nuestro servicio durante los 3 días que íbamos a estar en Camboya, por un precio muy competitivo, y nos olvidamos de historietas de contratar a taxistas y demás. Esto fue un gran acierto, ya que como el tipo iba sobre precio cerrado y no se intentaba ganar nuestra amistad, supimos que siempre que era majo con nosotros, es porque era majo de verdad. El tío era un crack en realidad, y acabamos dándole una buena propina. Además, Angkor es GIGANTE, y para moverse por allí está muy bien tener un tipo que te lleva y te trae.
Nos fuimos a la cama, el día había sido muy duro, y el que venía iba a ser más duro, aunque mucho más bonito.
6 comentarios sobre “Vietnam y Camboya, episodio 9: Un viaje inolvidable”
Pues yo puedo contarte, aprox., lo que hacen con tu pasaporte… hay una fila de 18, repito 18 hombres uniformados por los que va pasando tu pasaporte, unos firman, otros sólo miran, otros pasan páginas… y al final de la fila recoges tu pasaporte ( control de pasaportes en el aeropuerto de Siem Reap)
Por cierto, en mi caso, Camboya supuso un mayúsculo “no volver”, Angkor es la leche, pero tras mil malos tragos con el representante- tuktunero- proveedor de comida de la agencia local, decidí olvidarme del dinero, contratar a un tuk tuk y disfrutar de 3 días en Angkor sin más pesadillas.
estaría relacionado con vietnam de alguna manera
Yo creo que la explicacion del sistema de poleas para la mosquitera que diseñaste se merece un capítulo individual, jajajajaja.
Por cierto, menudo samsung s3 que manejaba el autodenominado “online monk”. No se cuando puede costar ese teléfono en esos países.
Buena idea, ya haré un dibujito, porque fue un montaje tan épico como efímero!
el online monk era un religioso, por ende, gente de pasta :D
yo creo que lo de colocar la mosquitera ejercita neurona a tope… madre mía la de sistemas que habré utilizado para colocarla… ( casi siempre sin mucho éxito!)
bueno esto está mucho más cerca de “hacer el ridículo” que de “poner una mosquitera”. Si saco un rato pongo un gráfico en el que se aprecie mejor la colocación salchichera.