Jordania, capítulo 8: Pollo negro
Nuestro único objetivo del día 8 era huir de Aqaba. Correr por nuestras vidas.
Aqaba era una ciudad sucia, ruidosa, calurosa, y en general poco acogedora. Yo iba con grandes expectativas (e igual por eso la decepción fue mayor), pero acabé queriendo largarme de allí a toda costa. Teníamos un largo camino hasta el norte, ya que volvíamos hasta Madaba, donde Pilgrims House había sido nuestro lugar de referencia. Eran menos de 400 km, así que en teoría nos debería dar tiempo a parar en algún sitio intermedio.
La visita elegida fue la reserva natural de Dana, la más grande de Jordania, y una de las más desconocidas, ya que no suele venir mucha info en las guías estándar. De hecho, subimos por la carretera del mar muerto, desde la que había acceso fácil, en teoría, pero ni con el GPS, ni con mapas conseguimos encontrar la ruta de una manera fiable. Finalmente nos guiamos por instinto (y con un poco de miedo ya que nos quedaba poca gasolina) y nos metimos por una carretera de montaña estrechísima, que consumía más y más gasolina. Cuando por fin llegamos a Tafila, la población más grande de la zona, nos dimos cuenta de que era hacia el otro lado, pero aprovechamos para reabastecer el sediento depósito.
Cuando llegamos a Dana estábamos en lo alto del macizo que separa la parte del mar muerto del desierto. Las vistas eran impresionantes, pero como habíamos estado toda la mañana dando vueltas, no nos dio tiempo a hacer el trekking famoso de Dana. Este trekking empieza en donde estábamos, y baja por un desfiladero durante 9 horas de caminata hasta casi el nivel del mar, al centro de la reserva, donde sólo hay una eco-lodge para alojarse, que debe ser bastante conocida. Necesitas un día adicional para volver y desandar el camino, pero por lo visto no íbamos sobrados de días.
Así que nos quedamos visitando el poblado en el que estábamos, un pueblo de piedra que tenía cientos de años y que estaba siendo reconstruido con fondos americanos! No había muchos habitantes pero había un restaurante con una especialidad de pollo que tenía mucha fama (según la guía).
Así que como ya eran las 2 (sí, una mañana muy intensa en el coche), nos lanzamos a comer el famoso pollo de Dana. Así que nos sentamos, pedimos el pollo… y el tiempo fue pasando, pasando, pasando… vimos como lo preparaban ya que tenían la parrilla en la calle.. y el tiempo pasaba… y el pollo se iba volviendo negro de tanto tiempo que estaba en la parrilla… Y hora y media después por fin nos sirvieron el pollo. HORA Y MEDIA!! Los pedazos de pollo parecían carbón. Además venía acompañado con verduritas.
Tanto el pollo como las verduritas estaban exquisitos. Buenísimo. Prácticamente no se notaba la carbonilla, y el interior estaba hecho perfecto, ni pasado, ni seco, ni quemado. Jugoso y delicioso. Los pimientos y cebolla que acompañaban igual igual. Comimos como diosetes en aquella terraza de la reserva de Dana.
Por la tarde salimos hacia Madaba, previa discusión sobre si sería mejor ir por la carretera del mar muerto, conocida, aunque después te tenías que comer el monte Nebo, o por la del desierto, también conocida, pero desde la que no sabíamos llegar a Madaba. Elegimos desierto para contentar a Mariyah, pero cuando llegamos al lío radial de Amman, con sus miles de carriles, sus obras y su tráfico infernal, nos perdimos, como era de esperar.
Tras alguna vuelta más de lo debido llegamos a MAdaba, que una vez más, era como volver a casa, acogedora, pequeña, y agradable, con su casa de peregrinos de San Jorge, donde otra ducha épica volvió a caer. Cenamos en el mítico sitio de comida rápida que ponía kebabs para llevar (no como los de aquí, los de allí tienen todos los ingredientes separados).
Cuando llegamos de nuevo al hostel preguntamos a Hind, la amable dueña, cómo estaba la cosa para cruzar a Israel. Llevábamos un par de días pensando en el tema pero la guía lo pintaba muy negro: horas y horas en la frontera, registros, agentes de frontera desagradables y bordes, tipos armados, posibilidad de que te pusieran un sello estigmático en el pasaporte y que no te dejaran volver… mil líos… Hind nos dijo que cruzar a Israel era una tontería de sencillo, y que simplemente teníamos que madrugar para coger la primera hora de la frontera (que cierra por la noche) y aprovechar el día bien. Era curioso ver opiniones tan dispares, pero mañana descubriríamos cómo era la cosa. Íbamos a visitar Jerusalén.
Nos fuimos pronto a la cama, un día más (habiendo reservado otra noche antes, claro, para poder volver a Madaba al día siguiente, si nos dejaban salir de Israel).
2 comentarios sobre “Jordania, capítulo 8: Pollo negro”
Vaya carucha de cansada que tiene Irantzu y el maldito Iñi sigue con su cara impasible,jaja
carucha? podría matarte con su dedo anular.