Noruega, Capítulo 7: un poco de relax
El día 7 iba a ser un día tranquilo, como ya anticipaba el hecho de salir de Lom, ese pueblo de madera cuyas tres cuartas partes eran camping. No demasiado pronto, pero tampoco demasiado tarde compramos algo de desayuno para comerlo en el porche de la cabaña. Lo habitual, yogures baratos, un poco de zumo y galletas de chocolate. Nuestro objetivo era llegar a Geiranger, donde está uno de los fiordos más espectaculares de Noruega (otro que es patrimonio de la humanidad), y para ello haríamos la ruta turística, ya que no quedaba muy lejos.
La primera parada obligada fue la oficina de turismo, donde, como venía siendo habitual, Karlstad preguntó por Lofoten, y ellos nos dijeron que no tenían ni idea, pero nos dieron planos abundantes de Sogn og Fjordane, la zona donde estábamos en ese momento.
Así, salimos hacia Geiranger recorriendo la ruta turísitca, que como no podía ser de otra manera, estaba llena de caravanas y turistas. La ruta turística era espectacular: primero recorrimos la parte baja, que transcurría entre bosques, de los que esperábamos en todo momento que salieran alces. Más adelante fuimos subiendo y entramos en un paisaje similar al de Islandia, roca, poca vegetación, glaciares y cimas picudas.
La carretera serpenteaba por el valle entre grandes montañas de las que caían arroyuelos y glaciares. Había también ciclistas heroicos, como los de Islandia, que se estaban haciendo esa pedazo de subida.
Cuando iniciamos el descenso hacia el otro lado del puerto nos dimos cuenta de que había un río bastante caudaloso a nuestro lado, y que eso tenía que desembocar en alguna cascada épica. Así fue, y no tardamos en encontrar un área de recreo con restaurante y tienda de souvenirs que estaba junto a una terraza desde la que se veía la enorme cascada.
La vista era vertical por lo que no se aprecia bien la fuerza con la que caía el agua.
Karlstad no pudo evitar hacerse una foto con la cascada
Tras las fotos de rigor seguimos por la carretera de cabras hasta el valle que había al otro lado, donde volvimos a encontrarnos con lagos de aguas azules y granjas, el paisaje habitual noruego. Seguimos a la caza de la foto-embarcadero, pero nuevamente con poco éxito. Ninguna localización terminaba de convencer a Karlstad.
La foto anterior era en un lugar idílico, el lago estaba verde, tranquilo, pequeñas granjas a los alrededores, y una casa particular en cuyo jardín nos habíamos metido para comer. Pero la foto embarcadero reveló que en la zona había incontables mosquitos así que dejamos el lugar y seguimos nuestro camino. Finalmente, como no encontrábamos ningún spot adecuado, acabamos en Stryn, uno de los pueblos principales de la zona. En realidad no podían vivir allí muchas más de 1000 personas. PEro era un pueblo con cierto encanto. La calle principal era bastante comercial y las calles interiores estaban más animadas que en otros pueblos que habíamos visto antes. Paramos el coche y nos dispusimos a comernos nuestra ración de chorizo tóxico. Sin embargo, el día 7 era el día de las complacencias. Cuando acabamos con nuestro chorizazo, mientras unos niños noruegos se metían en una fuente cercana (al parecer en Noruega es bastante normal que la gente se meta en las fuentes, a pesar de la rasca y que estaba lloviendo), nos dirigimos a Versthus, una cafetería cercana y nos tomamos unos señores chocolates que nos pusieron a tono. Matías había dejado mella en nosotros :)
Serían las 3 de la tarde y ya habíamos echado el día, y no nos quedaba mucho por hacer. Así que decidimos ir al glaciar Nigardsbreen. Este es uno de los más famosos y turísticos, y se suele escalar y navegar en zodiac por su lago. Era nuestro glaciar de backup, de hecho, aunque por lo que nos contaron, en verano era bastante menos paseable que Tunsbergdalsbreen porque se reblandecía.
El camino al glaciar iba constantemente acompañado del río, que bajaba salvaje, caudaloso y ruidoso, con un agua inquietantemente azul
Aparcamos el coche en la zona de las tiendas de regalos y restaurantes y comenzamos a caminar hacia el glaciar. Parece ser que el glaciar había retrocedido unos cuantos cientos de metros en los últimos cien años, y era ése el recorrido que íbamos a hacer. Había unos carritos que llevaban hasta la misma lengua del glaciar pero hicimos el trayecto a pie, una subida suave de unos 45 minutos, que merecía la pena totalmente, ya que se veían paisajes espectaculares, propiciados sobre todo por el río glaciar, que era especialmente violento en esta zona.
3 comentarios sobre “Noruega, Capítulo 7: un poco de relax”
Vaya lavado de cara al blog! jejee
en ello ando, y lo que le queda todavía!
Bueno bueno bueno! Muy bien el cambio. Perfecto el calendario de actualizaciones. Vuelvo a engancharme.
Hecho en falta la foto de los 3 malotes en Nigardsbreen.