Namibia, capítulo 5: El susurro del Kudu

Namibia, capítulo 5: El susurro del Kudu

Era nuestro último día en Waterberg y habíamos agotado ya todas las excursiones molonas que en principio ofrece la reserva, así que decidimos hacer una excursión a pie por nuestra cuenta. Después de recoger todo bajamos con el coche hasta la recepción del camping, donde había un buen aparcamiento y empezamos un trekking a pie por el desierto, entre los arbustos secos. La idea era ver también algunos bichos, lo que por un lado tenía muy buena pinta, pero por otro era un poco preocupante, dependiendo de los bichos con los que nos cruzáramos. Estuvimos un buen rato caminando sin cruzarnos con un alma, y sólo con algunos bichos pequeños, principalmente pájaros. A medida que el sol iba llegando a lo más alto, al no haber sombras, el calor era cada vez más sofocante y tampoco es que tuviéramos mucha agua. Pero encontramos algo que nos animó: pisadas y restos de animales que nos hacían pensar que en algún momento nos encontraríamos con alguno.

Y así fue, en poco tiempo acabamos cruzándonos con un grupo de kudus, una especie de alce con cuernos retorcidos, que impresiona bastante cuando de lo cruzas en un camino ya que son enoooormes. En contra de lo que nos esperábamos, estos bichos no eran nada asustadizos (también normal dado su tamaño), y se quedaron en el centro del camino, asustándonos a nosotros, ya que parecían bastante desafiantes. Al final como no parecía que fueran a moverse nos dimos la vuelta, ya que de todas formas hacía un calor insoportable y se iba acercando el mediodía y en algún momento tendríamos que comer. De camino de vuelta al camping oímos una serie de bufidos salir de la maleza. Era como un resoplido profundo que venía de un animal muy grande. No podíamos ver al bicho pero quisimos pensar que era algún otro kudu, aunque las narices de éstos no parecen ser aptas para producir ese sonido tan salvaje. Podía haber sido un rinoceronte, o alguna otra cosa, pero fuera lo que fuera nos hizo salir disparados hacia el camping mirando atrás cada poco.

Cuando llegamos estábamos derrengados así que fuimos a un restaurante que tenían allí con un mirador abierto que daba al Kalahari y tenía unas sillas increíblemente cómodas. Así que nos pedimos unos refrescos para tomar allí mirando al desierto y aprovechamos la comodidad de las sillas para comer nuestra propia comida. Había una señal muy débil de wifi que nos ayudó a quedarnos un rato más. Al salir, nos dimos un pequeño chapuzón en la charca local (todos los campsites tenían su propia charca), y arrancamos hacia nuestro siguiente destino.

No estábamos muy lejos de Etosha, nuestro siguiente destino, pero como nos pilló bastante de improviso todo, no habíamos podido reservar la noche siguiente en el propio parque, ni tampoco en Waterberg, así que buscamos un sitio intermedio, Otjiwarongo, que aparecía en algunas recomendaciones de la Lonely por su granja de cocodrilos.

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Tuvimos que volver a sufrir el infierno de la “carretera” D2512, que ahora al volver, hechos a la idea, no parecía tan horrible, pero que en todo caso siguió costándonos más de 1 hora recorrer los escasos 20 kilómetros. Agradecí salir a una carretera de tipo C otra vez y la idea de que no íbamos a volver a pisar una tipo D en todo el viaje, y por ende, no íbamos a volver a poner al coche al límite de su resistencia estructural. Por esta carretera llegamos bastante rápido a Otjiwarongo, y al tremendo hotel que habíamos reservado para esa noche, para descansar un poco del camping.

 

El hotel era en realidad una especie de resort de lujo en el que había un montón de extranjeros (todos los de Otjiwarongo, probablemente), con una gran piscina, varios restaurantes y buenas habitaciones con camas mullidas y televisión. Ésta era claramente la noche de pegarse un homenaje para cenar, que llevábamos demasiados días a base de arroz y latas de conserva. En todo caso salimos al super, ya que había un gran Spar (en Namibia, por herencia alemana, hay muchísmos Spar que te transportan de vuelta a Europa totalmente, tienen todo tipo de productos europeos y son super modernos) y había que aprovechar para aprovisionarnos para Etosha, que iba a ser camping hardcore (en principio). Pero algo que vimos también es que era una ciudad un poco hostil, sin aceras, con gente de aspecto poco recomendable por la calle, y en general inspirando muy muy poca seguridad. De hecho en el parking del super vino un tipo a decirme que me iba a cuidar el coche para que después le diera dinero, y al principio le dije que no, pero me dejó caer que si no lo vigilaba podría aparecer rayado o con las ventanas rotas. Por alguna razón me dio la sensación de que él mismo me lo rayaría si no aceptaba, así que acordé darle el equivalente a un pavo al salir del super. Estaba ya atardeciendo para cuando acabamos la compra así que lejos de explorar ese pueblo tan inquietante nos recluimos en los lujos del resort, que por otra parte tardaríamos en volver a ver.

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La cena fue espectacular: un buen plato de pasta junto a la piscina, a la luz de las velas y con una ensalada! La ensalada es un lujo en países como Namibia.
Lo más inquietante de la jornada pasó a medianoche. Estábamos ya prácticamente dormidos cuando de pronto empezó a sonar una sirena. No una sirena de bomberos o policía, ni una de esas del cambio de turno de la fábrica. No, era una sirena como las militares que se ven en las pelis cuando hay un bombardeo. Un sonido muy alto, muy duradero y que se repetía. Yo me desperté bastante agitado y pensando qué demonios podría ser eso. La ventana principal daba al patio del resort, pero la ventana del baño daba a fuera, y al asomarme oí bastantes voces de gritos y gente agitada, sin saber definir si era un tipo de grito festivo u otra cosa. Era sábado, así que podría ser festivo, aunque bien es cierto que en todo el tiempo que llevábamos en Namibia nunca habíamos visto nada de actividad en la calle más tarde de las 9. Me emparanoyé bastante y acabé buscando en google qué podía significar una sirena en Otjiwarongo. Como google NUNCA es tu amigo cuando estás emparanoyado, me devolvió unos resultados algo inquietantes en los que se explicaba cómo hacía pocos años un grupo paramilitar había entrado con AK-47s por la noche en un sitio turístico y había ido robando a todo el mundo todo lo que tenía encima, incluyendo pasaportes.

Estuve un buen rato con el corazón en la boca, dejé de razonar, y empecé a actuar como un pirado durante más de una hora. Al final, como la sirena había dejado de sonar, y los gritos que se oían seguían (empezaron a parecerme más festivos que otra cosa), me tranquilicé y conseguí dormirme. Probablemente por los nervios, la cena no me sentó muy bien, haciendo que durmiera mal el resto de la noche y desmontando de un plumazo todas las buenas expectativas que tenía sobre este lugar, en cuanto a comida, sitio tranquilo, y dormir en un colchón. Todo acabó saliendo al revés: la comida me sentó mal, estuve preocupado prácticamente desde que llegamos y no aproveché la noche de sueño en aquella cama. Maldito cerebro alarmista y paranoico.

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