Vietnam y Camboya, espisodio 6: trenes y taxis
Muy pronto. Era muy pronto. Y ya nos echaban del tren. Serían las 5.30. Hoy era el día que el tren tenía que tardar mil, porque no teníamos nada que hacer. Básicamente era un día de transición. Por la noche teníamos que coger el tren a Hue, nos íbamos al mítico sur de Vietnam. Y teníamos que pasar el día de transición en Hanoi sin saber muy bien qué hacer. En el planing había unas cuantas actividades programadas, pero las habíamos hecho todas en nuestros días typhoon.
Habíamos confiado en que el tren nocturno se tomaría su tiempo, como hacían todos los trenes de Vietnam, pero este, parece que por fastidiar, fue escrupulosamente puntual. Así que estábamos en Hanoi, a las 5.30 am, sin hotel, con mochilas, y sin planes.
Como no había mucho que hacer nos dimos un largo paseo desde la estación, por las calles francesas hasta el lago, donde pillamos a los vejetes haciendo tai chi! Lo que habíamos descartado ver porque había que madrugar para verlo, al final pudo ser visto!
No sabemos si fue más llamativo ver a los vejetes replicando las posturas de tai chi de la animadora sociocultural (si ese perfil existe en Vietnam) a las 6 de la mañana, o ver a
Él no tardó en unirse a los viejillos y hacer el mono con ellos. Nosotros nos sentamos imitando a muchos otros vietnamitas, que también habían madrugado para ir allí a echar la mañana tomándose un té. Nosotros no teníamos té. No teníamos nada.
Cuando los viejos se disolvieron pacíficamente, nosotros emprendimos pesarosamente el camino hacia el Splendid Grand Star hotel, nuestra referencia en Hanoi, con el pesao de Toni, y el siempre incorrecto y maleducado Martin-cruzo-las-líneas-rojas-de-la-cortesía.
Por suerte su empalagosa e inadecuada atención, en este caso jugaba a nuestro favor, ya que nos cedieron una habitación para cambiarnos y echarnos una siesta, por la jerolis. Así que como la noche había sido movidita, no podía ser de otra manera en un tren vietnamita, y estábamos bastante cansados, nos tiramos en las camas (usadas) que nos cedieron en el Splendid Grand Star.
Al levantarnos fuimos a comer a un sitio recomendado por Martin, “good vietnamese food!”. Vale pues fue el sitio en el que peor comimos en todo el viaje, sólo a la altura de la cabra seca de Tam Coc. Estaba cerquita del lago, por la zona de todas las tiendas, y había bastantes buenos restaurantes, así que pintaba bien, pero cuando encontramos el que nos había recomendado (que sería el de su primo), entramos, nos subieron a un piso de arriba infecto y nos sacaron la comida vietnamita más vulgar ever.
Tras la experiencia desecrable, como no teníamos mucho que hacer, decidimos ir al templo de la literatura, uno de los recomendados de Hanoi, que tenía una historia ingente, llena de monjes, escribanos y conservación del patrimonio cultural viet.
Pero como esto es Vietnam y no Japón, el templo estaba en condiciones bastante deplorables. Aun así, como se puso a llover nos quedamos en el templo un buen rato, viendo las salas, la campana gigante y a un grupo de música que tocaba en directo el equivalente de la polifonía medieval en Europa, pero con tintes asiáticos. Vamos que estaba bastante bien.
Ya cansados decidimos ir al centro para tomar una en alguno de los míticos restaurantes de azoteas, como el Up Café, pero más espectaculares. Como estábamos un poco lejos cogimos un taxi. Bueno, pues hay taxis que te timan un poco. Hay taxis que abusan de ti. Y luego estaba este pedazo de gusano. Básicamente nos puso un taxímetro que estaba clarísimamente trucado porque los números iban bailando y temblequeaban, pero es que además habíamos avanzado 2 manzanas y llevábamos 5 euros! Ni en Bilbao en horario nocturno!!! Además yo iba siguiendo con el GPS el recorrido y nos estaba dando un rodeo espectacular. El tío con toda su jeta. Cuando le dijimos que nos parara inmediatamente se picó, y nos empezó a echar la bronca! Maldito bastardo. Le dimos la pasta que marcaba el taxímetro, aunque por esa pasta podríamos haber contratado una limusina para que nos llevara a otra ciudad, y demasiado tarde se me ocurrieron las diferentes venganzas que podíamos haber practicado. Para otra vez andaré más astuto, porque ahora tengo pensadas varias formas de hacer que su vida sea un infierno al menos durante lo que queda de día…
En fin, fuimos andando hacia el centro, pasando de coger otro taxi, y acabamos entrando en el Avalon, el super café que estaba junto al Up Café y que tenía una pinta terrible. Pero luego nada. Era mucho lujo y mucha historieta pero de primeras no nos dejaron ir fuera porque llovía. Dentro, la wifi no funcionaba. Los precios eran de escándalo, y había delante un vietnamita millonario con unas pilinguis que daba bastante asco.
Si algo funciona, no lo cambies. Debimos haber vuelto al Up Café, prácticamente lo único bueno que hay en toda la ciudad de Hanoi.
Después de echar la tarde, fuimos al hotel a por nuestras cosas y para volver a subir al tren de las 22. Hasta ahora los trenes no habían estado ni tan mal, así que la idea de pasar 12 horas en el que iba a Hue tampoco era muy desalentadora. Podríamos dormir bien, jugar a cart… qué es esto? El tren que iba a Hue no era como los otros!! Era una tartana metálica que parecía sacado de un campo de prisioneros! Catres de acero, sin luces personales, mucho más estrecho y ruidoso, sin mesita central, y con un chorro de frío brutal desde el centro del compartimento hacia todas partes. El chorro de frío en principio parecía algo práctico, recordemos que por la noche no bajaba de 30 húmedos grados. Pero al final terminó por hacer frío en aquella especie de congelador industrial que teníamos por camarote.
En cualquier caso, con una buena capa de sacos y tapándonos hasta las orejas, la noche pasó muy bien. Fue la mejor noche de tren y hasta Iñiguyen dio rienda suelta a sus ronquidos.
Para las 7 estábamos casi todos despiertos, viendo como Car-Long jugaba al juego del rana y las cuerdas en su móvil. Habíamos dormido bastantes horas y ya era momento de llegar (bueno faltaban 3 horas, pero el paisaje estaba bien).
El problema fue cuando llegamos a las 10 a un pueblecito, y casi nos pusimos a recoger, pero preguntando la siempre borde interventora del tren, nos dijo que no, que este pueblo estaba aún a dos horas de Hue. 2 Horas! No iba a ser puntual el tren hoy, claro. Hoy tenía que llegar con dos horas de retraso…
En fin, seguimos echando la mañana en nuestro compartimento-frigorífico, y efectivamente, 3 horas después a la 1 del mediodía, llegamos. Sí, 3 horas. Porque si el pueblo está a dos horas, es que vas a tardar 3.
Así que con medio día perdido llegamos a Hue, hasta el moño de los trenes. Aquí cogimos un taxi, con absoluta desconfianza, pero que resultó ser bastante simpático y que en los semáforos me señalaba en el mapa de mi móvil dónde estábamos. Porque yo iba con el móvil fiscalizando cada movimiento del taxista, cada calle que cruzábamos. Y se daban cuenta. Bueno de hecho lo hacía para que se dieran cuenta de que sabíamos si nos timaban. Bueno pues este era majo y me decía mira estamos aquí, y nos falta sólo esto.
No le dimos propina. Por odio gremial.
El hotel reservado por Iñiguyen estaba en el centro de Hue (que por otra parte es una ciudad pequeñita, sin mucha historia, con edificios bajos y un elegante paseo junto al río Perfume). Vamos, el centro eran dos manzanas de edificios de tres plantas con hoteles y restaurantes. El hotel estaba muy bien, especialmente teniendo en cuenta el reducidísimo precio que habíamos pagado (9 dolares!). Nos tomamos un refrescante zumo de sandía, y decidimos no perder más tiempo y coger unas bicis para ir a una de las 7 tumbas imperiales que hay en la ciudad. Las tumbas no son una lápida con cuatro hierbajos, son grandes y antiguos templos y complejos funerarios que pertenecieron a emperadores de importantes dinastías y son el principal atractivo de Hue, junto con un castillo más moderno. Como todo lo que tiene un valor cultural en Vietnam, su nivel de conservación es decrépito. Como no teníamos mucho tiempo, porque las tumbas cerraban a las 5, cogimos las bicis y fuimos a todo meter, por el caótico tráfico de Hue. Aunque agradecimos que el “caótico tráfico de Hue” fuera una milésima parte de lo caótico que es el tráfico en Hanoi. Por toda la rivera del río Perfume el paseo fue tranquilo, pero en cuanto empezamos a salir a los suburbios, los cruces eran infernales y casi había que taparse los ojos y lanzarse al vacío.
Después de una hora de pedaleo llegamos a la tumba más cercana, que era la que decidimos ver, porque no daba tiempo a todas. También era una de las más famosas, aunque las indicaciones brillaban por su ausencia, y tuvimos que preguntar varias veces. El estado en el que llegamos a la tumba, con los 40 grados del sol de mediodía y pedaleando entre el tráfico fue “estado: pajarón”. Calor insoportable, sin haber comido y de pedaleo por la carretera. Al menos teníamos agua.
Dentro de la tumba, pudimos constatar lo que esperábamos: la tumba estaba decrépita. Pero tenía cierta belleza en su mala conservación, por lo que fue una visita interesante.
Aunque el calor empezaba a ser agobiante, así que nos cogimos las bicis para volver al centro de Hue. El camino de vuelta en bici fue bastante caótico, ya que había bastante más tráfico, hasta el punto de que hicimos dos grupillos, porque nos disgregamos en un cruce infernal.
Al llegar fuimos directamente a comer a uno de los restaurantes recomendados del hotel, aunque ya serían cerca de las 5 de la tarde. Los menos fans de la comida vietnamita nos lanzamos directos a la pasta, y sin pasar por la casilla de salida.
Después de comer y dar una pequeña vuelta por los alrededores, volvimos al hotel donde nos refrescamos ligeramente para salir a conocer mejor el centro de Hue, y de paso reservar el autobús a Hoi-An, donde íbamos al día siguiente.
Ya por la noche salimos a conocer Hue. Toda la rivera del río Perfume está rebosante de puestos de venta de todo tipo de baratijas, comida, y en general todo lo que puedes encontrar en los mercados open-air asiáticos. Casi no había turistas.
Cuando nos cansamos de vagar entre aquellos puestos de comida, volvimos al centro para cenar. La cena sería ligera, después de haber comido a las 5, pero incluiría una buena cerveza. Los turistas habían salido de sus guaridas.
Y nosotros nos fuimos a la nuestra.
2 comentarios sobre “Vietnam y Camboya, espisodio 6: trenes y taxis”
Estoy seguro que todavía sonríes pensando en la venganza hacia el taxista. Cuando placer en las vendettas.
:D eso es así