Namibia, capítulo 10: Eran cientos de kilómetros de arena
Dejado Okaukejo atrás, y con él, Etosha, nos adentrábamos en la fase dos del viaje: la costa de los esqueletos y el sur desértico. Cambiaríamos los bichos por arena y los cómodos campings por hostiles refugios en medio de la nada. El viaje empezó confirmando algo que me había venido temiendo desde hacía días.. las carreteras C no eran necesariamente asfaltadas. Y de hecho íbamos a hacer un porrón de kilómetros oí una carretera de arena.
Dejado atrás okaukejo no tardamos en llegar a Outjo, donde echamos gasolina y abandonamos toda esperanza de asfalto. Pero algo iba a cambiar en este caso, tras unos buenos 100 o 150 kilómetros por las infernales carreteras estriadas entramos en otro tramo bien diferente. Parecía igual, pero no lo era. La carretera era de arena dura, que tenía abundante sal cristalizada. El resultado era un firme naranja blanquecino, muy liso y algo resbaladizo. Si bien la columna de dirección había dejado de vibrar como si fuera a reventar y parecía indicarme que podía ir a 80 o 90 (a lo loco), había algo en la carretera que no inspiraba confianza. Parecía que en cualquier momento el coche iba a salir disparado patinando.
Asi que solo por la ausencia de vibración el viaje mejoró bastante, pero no pudimos ir todo lo rápido que podríamos haber ido por aquella recta lisa infinita con máxima visibilidad.
otra cosa bastante impactante de la larga planicie amarilla que estábamos cruzando es que a pesar del sol, hacia frío. Llevábamos más de una semana pasando unos calores infernales en Namibia, y aquí, en medio de esa especie de desierto y con un sol de justicia, hacia frío. Era más que nada por el viento, la costa atlántica de Namibia es extensa en longitud, pero no tiene ningún tipo de obstáculo hacia el interior, así que los vientos fríos del océano entran muchos kilómetros tierra adentro. De hecho, cuando llegamos a la costa, aunque parecía que hacía sol, si mirabas al océano solo había nubes. Era un ambiente raro, soleado y nublado a la vez, hostil, frío, con viento y mucha humedad, y el mar estaba muy bravo. Con razón se hundían tantos barcos aquí, niebla y aguas bravas poco profundas eran una combinación muy risas.
Nuestro destino era Swapkomund, la ciudad más grande la costa, y de hecho creo que la segunda ciudad de Namibia en tamaño. Pero antes de eso íbamos a pasar un día en la costa de los esqueletos, para disfrutar un poco más esa costa de 400 kilómetros de playa y con suerte ver algún barquito naufragado. Además había una colonia de focas (lobos marinos) que según los libros albergaba 100.000 ejemplares. Sí, cien mil. A mí me parecía una exageración hasta que llegué allí y lo vi. La colonia era absolutamente brutal en tamaño, el olor nauseabundo, y los gritos de las focas, dantescos. Las focas estaban por todas partes, no tenían ningún tipo de miedo a las personas y se acercaban y paseaban por debajo y encima de las pasarelas de personas. Casi todo el mundo que estaba allí llevaba la cara tapada por el olor.
Las focas se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Era absolutamente e xagerada la cantidad de focas.
el agua estaba amarilla por donde había focas, por sus desechos.
Mar bravo, nubes, sol, niebla, humedad, viento… todo a la vez.
cuando nos cansamos del olor, nos fuimos al camping donde habíamos cogido para dormir esa noche, con idea de montar la tienda y pasear por la playa, sin focas, y er algún naufragio. La playa no defraudaba,hacia el sur, a 3 kilómetros estaba la colonia. Hacia el norte, 300 kilómetros más de playa continua. En esta playa vimos una foca cría que se había extraviado de l grupo y no conseguía volver a entrar al agua, tal era el nivel de resaca y embravecimiento del mar. La estuvimos viendo pelear contra las olas un buen rato pero no consiguió nada. Tampoco nosotros podíamos hacer nada por ella.
el camping que habíamos cogido tenía una estética un tanto sovietica, con las plazas de camping separadas por paredes de ladrillo sin lucir. Pero algo que en principio parecía que nos e echaba para atrás, resultó se de gran utilidad ante el viento que se levantó por la noche. Si por el día había sido fuerte y racheado, por la noche se convirtió en huracanado. Menos mal que había paredes de ladrillo al lado de la tienda porque si no salimos volando.
Por otra parte, el camping tenía un bonito y elegante restaurante con chimenea en el centro y motivos marítimos, muy poco namibio, pero en el que cenamos como señores, una cena totalmente europea y deliciosa. Nunca pensé antes en este viaje que agradecería estar sentado junto a una chimenea, pero la costa de los equeletos, su viento humedad y frío hicieron que fuera una de las experiencias más acogedoras del viaje.
No habíamos visto barcos al final, pero por suerte en el camping había un mapa con las localizaciones de los que aún estaban visibles, ya que normalmente los iban retirando. Así que ya teníamos plan para mañana, de camino al sur.
2 comentarios sobre “Namibia, capítulo 10: Eran cientos de kilómetros de arena”
Como hubiera molado pisar a fondo en esa carretera infinita. Pero claro, si tienes un bache , saldrías volando…
Pobre cría. Seguro que os dio pena dejarla ahí…
no, si ya le pisaba a veces, pero el corolla tp daba para mucho :D de todas formas lo peor es que era bastante slippery