Namibia, capítulo 2: Memorias de Waterberg
Llevábamos ya dos días en Namibia y estábamos empezando a pasar el mal trago del alquiler de coches. Nos levantamos recargados después de dormir en aquellas camas, que aunque estaban dentro de una tienda de campaña, no les faltaba lujo y comodidad. Teníamos la compra hecha, el depósito lleno y todo el kit de acampada en el maletero, así que salimos hacia nuestro primer destino: Waterberg.
Al principio fue un poco raro por lo de conducir por la izquierda, pero en Namibia las carreteras (cuando son carretera) son anchas, y con rectas largas, así que no tardamos mucho en estar adelantando largas filas de camiones con comodidad, sin jugárnosla mucho. El Corolla andaba bastante bien, pusimos nuestro cd de podcasts y empezamos a echar kilómetros. Todo parecía estar muy bien, incluso llegué a preguntarme por qué diablos la gente alquila todoterrenos para ir por Namibia, cuando las carreteras son tan buenas, y los todoterrenos tan caros. Aproximadamente en ese momento tuvimos que entrar en la D2512, el último tramo de unos 25 kilómetros hasta la reserva natural. Cuando llegamos y vi el terreno entré confiado, pero no tardé en darme cuenta de que o íbamos muy despacio o el Corolla iba a explotar. La “carretera” era un camino de polvo y gravilla lleno de socavones, piedras prominentes, y zonas extrañamente estriadas que no permitía que avanzáramos a más de 20km/h. Lo peor eran las zonas estriadas, como si alguien hubiera pasado un peine gigante por la carretra, transversalmente. Eran lo peor porque no se veían hasta que estabas encima. Y solía pasar que ibas super rápido (a 40 o 45, en plan sobrao), y llegabas a una de esas zonas y el coche entero parecía que iba a reventar, el capó saltaba, la columna de dirección temblaba como en un terremoto y tenía que poner el coche a la velocidad mínima posible para atravesar la zona. Incontables todoterrenos nos adelantaron mientras recorrimos este tramo de 25 kilómetros en hora y media. Y yo pensé que ojalá no tuviéramos que meternos en una carretera así ninguna vez más, porque el coche no lo iba a aguantar. Al fin y al cabo era una D. En Namibia, las mejores carreteras son las A. Las B están muy bien y las C son comarcales. Habíamos venido hasta esta D por una C que estaba muy bien, y cuando miré el mapa para ver otros recorridos que teníamos que hacer durante el viaje, sólo había Cs, como poco. Así que pensé que cuando nos fuéramos de Waterberg sería la última vez que iríamos por una carretera infernal. Pero de momento tocaba sufrir en la D2512. Al cruzar la valla del parque fue peor, la carretera dejaba de ser de grava y socavones para ser de fina arena roja. El coche perdía tracción cada dos por tres y en una pequeña cuesta casi nos quedamos sin poder subir porque no agarraba. Llegamos a venir en temporada de lluvias y nos habrían tenido que sacar de allí.
Al final, entre sudores, llegamos a una casetilla que no era el centro de visitantes pero había una señora que nos miró en el mapa y nos dijo que nos teníamos que quedar allí, ya que era una de las zonas designadas de acampada y nos tocaba allí. Como habíamos cogido todo a última hora ibamos a dormir 3 noches en Waterberg, y cada noche en una zona de acampada diferente. Waterberg es una especie de oasis en el enorme desierto de Kalahari. En la extensísima planicie, hay de pronto una formación montañosa con forma de herradura en cuyo centro hay un pequeño arroyo, de una fuente de agua natural. Todo el interior de la herradura es verde y florido y la parte exterior es desierto con arbustos (en donde viven, o más bien vivían, los bosquimanos). A pesar de ser un oasis, y tener vegetación muy densa, estábamos en la parte más exterior de la herradura donde el arroyo ya estaba seco, y en el final de la temporada seca (llevaba muchos meses sin llover nada), así que básicamente todos los árboles estaban secos y en general el paisaje era una mezcla de azul del cielo, rojo del suelo y gris de la vegetación. Eran las 3 de la tarde y el calor era implacable, pero aún así, dejamos montada la tienda en nuestra parcelilla con parrilla y mesa. La parcela estaba muy bien, y la tienda era extremadamente fácil de montar (por suerte, ya que en otro caso habríamos muerto deshidratados).
Después salimos andando hacia el centro de visitantes, que estaba a un kilómetro y hacía algo de calor, pero andar era más seguro que el coche. Allí no había ni cristo y estuvimos un buen rato para conseguir pagar y formalizar nuestra estancia, y sobre todo para contratar las excursiones que íbamos a hacer los siguientes días. Waterberg en cualquier país de Europa sería un parque natural mantenido por el estado, pero en la África ex-colonial era una granja privada en la que algún tipo de europeo con pasado siniestro había comprado incontables acres de terreno y había montado una reserva privada con bichos de diferentes tipos, para vivir, y para alojar a otros europeos y sacar pasta. Modelo Memorias de África, pero con éxito en vez de fracaso y animales en vez de café. Al ser privada, la mantenían con bastante gusto, pero también hacían lo que les salía del moño con sus animales. Que en este caso era para bien, ya que tenían tres rinocerontes blancos, un tipo de rinoceronte escasísimo y en grave peligro de extinción, a los que protegían como el bien comercial que son, frente a la probable incapacidad del estado de protegerlos. Así que para los bichos era algo bueno que unos burgueses alemanes hubieran tomado el control. Para los bosquimanos y namibios en general, ya tal. Como el calor era abrumador y era ya por la tarde, no pudimos planificar ninguna excursión para el día de la llegada, así que decidimos planificarnos la tarde nosotros: piscina, cuando bajara el calor, excursión por un trekking que había cerca del camping, y cuando empezara a irse el sol, cerveza en el centro de visitantes 2.
La piscina no era mucho más que una poza redonda de 4 metros de diámetro. Las había en TODOS los campings y si la hubiera visto desde aquí antes de ir a Namibia habría pensado que vaya castaña de piscina. Pero con 50 grados y ni una sombra, aquella piscina de agua HELADA era el auténtico paraíso, y agradecimos infinito que en cada camping hubiera una. Básicamente entre las 3 y las 5.30 de la tarde era mejor disponer de un lugar fresco o morir. Íbamos con librito y allí entre remojón y remojón se aliviaba el calor infame, y se podía leer algo.
A eso de las 5.30 el sol empezaba a caer y nos fuimos a hacer un trekking por una ruta que salía de la herradura para entrar en el desierto. Allí vimos nuestros primeros termiteros, un montón de pájaros y un atardecer rojo y abrasador. Después, subimos al camping de arriba. La reserva tenía el centro de visitantes en medio de la herradura, pero había un camping al principio (el nuestro), otro camping en un montículo cercano, con bungalows y lodges de ultra lujo (unaffordable para nosotros), otro camping en el interior de un bosque y un cuarto alojamiento más caro aún que ya era un hotel, en el cogollo de la herradura, donde nacía el arroyo y donde se concentraba toda la vegetación aún verde. Este último hotel era lógicamente lo más caro posible y no lo vimos hasta el tercer día. Pues el elevado, que tenía unas vistas increíbles sobre el Kalahari, y desde el que se llegaba a ver Botswana, estaba completamente vacío y tenía un gran restaurante donde nos sacamos unas cervezas para tomarlas junto a una especie de roedores gigantes que llenaban los árboles cercanos. Nos duraron muy poco, después de todo el día en el secano absoluto, y para las 7 estábamos volviendo a la tienda ya que estaba a unos dos kilómetros y teníamos que llegar antes de que se hiciera completamente de noche.
Nuestra primera cena en el camping fue un poco caótica, ya que aún no teníamos controlado dónde estaba cada cosa, y cómo usarlas eficientemente. Al menos teníamos una especie de encimera, y una mesa y unas sillas de hormigón, algo que aunque nos parecía muy básico, terminaríamos echando de menos, ya que a partir de Waterberg, cada camping que fuéramos sería un poco peor que el anterior. La cena estuvo amenizada por unos simpáticos solífugos, una especie de criatura del infierno que vi de refilón a la escasa luz del farolillo que teníamos. Cuando lo seguí con la linterna descubrí que en el muro había una grieta donde se ocultaban varias decenas más, una pequeña grey de las tinieblas, algo que me hizo comer con los pies subidos al banquito (como si no fueran capaces de trepar al banquito). La cosa es que eran inofensivos (creo), pero daban bastante cosica, amén de estar muy cerca de la entrada a la tienda de campaña. Después de un rato se me olvidó y nos centramos en observar la vía Láctea, desde una perspectiva nueva (hemisferio sur), que lógicamente se veía bastante mejor en el desierto que en cualquier ciudad.
Nos metimos a la tienda, cerrando todas las pequeñas aperturas que tuviera la lona y la cremallera, y esperamos a la noche del desierto, pertrechados de mantas por si acaso.
Al final no hicieron mucha falta.
4 comentarios sobre “Namibia, capítulo 2: Memorias de Waterberg”
Espero que La conductora no se arrimara a la cuneta,jeje. Scotland revival,jaja.
Parece que la zona de acampada tenía un cercado de arbolitos,no? Para posibles animales de envergadura ?
Vaya araña más fea y tú buscándolas con una linterna,jaja
conducía mucho mejor q nosotros en escocia :S
Pedazo de ratas en los árboles. Espero que durmieseis con el machete debajo de la almohada.
eran majicos los bichos esos.. me daban más miedo las arañas escorpión esas