Calabacín en Caledonia, capítulo 2: Apuñalando al duque

Calabacín en Caledonia, capítulo 2: Apuñalando al duque

Nos levantamos con diligencia en el Baxter hostel, tras una noche de buen sueño en el que ni los bramidos de Iñigoch habían interrumpido nuestro dormir. El desayuno del Baxter incluía tostadas y café, y probablemente también huevos, aunque no teníamos mucho tiempo para delicatessen. Fuimos a por el coche a la estación, donde Europcar volvió a colárnosla. Y ya van N. Para empezar, habíamos alquilado un Opel Corsa y nos dieron un Kia Rio, que serán de la misma categoría pero definitivamente no son lo mismo. Para seguir, nos contaron la batalla de que tenían una movida que podíamos devolver el depósito vacío y que si lo devolvíamos a menos de 1/4 nos salía a cuenta frente a rellenarlo en una gasolinera. Luego vimos lo que costaba la gasolina y vimos que no sólo no habíamos salido ganando si no que habíamos perdido un buen puñado de euros. Por último el coche tenía una marca considerable que no nos habían apuntado, y que como estábamos curados de espanto del viaje a Suiza les hicimos anotar. En fin, con nuestro Kia Rio salimos hacia la conducción por la izquierda. No nos pareció extremadamente difícil, pero cada uno teníamos nuestros vicios: Unaigh se arrimaba al centro de mala manera, y yo me arrimaba a la izquierda, ambos por falta de referencias al ir por el lado contrario. De pronto a tu izquierda hay un montón de coche, en vez de sólo una puerta, y parece que hay mucho hueco, así que yo tendía arrimarme en exceso. Unaigh se iba al centro (no sé por qué). Por otra parte, el cambio de las marchas con la izquierda y al revés se me hizo un poco raro, y estirar el brazo para meter primera, no sé por qué, pero no me daba el brazo o qué se yo. El caso es que muchas veces metía tercera en vez de primera, y claro en alguna ocasión ya me dejó tirado en una cuesta arriba con una cola de impacientes detrás. Pero en general bien. Lo que era más inquietante era la sensación de no saber nunca cuál era el límite de velocidad, ya que había cámaras para los que se pasaban, pero no había ni una señal. Así que un poco tensión.

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Y al sooon de las gaitas Las líneas del margen no quiiise pisaaaar… No te vayas a la izquierdaaa si no quieres que me mueraaa contra un poste no te vayas a la izquieeeeerdaaa

Y luego estaba el maravilloso clima escocés. A media mañana paramos a comprar pan y provisiones y estaba lloviendo tan horizontalmente que en el camino del coche a la tienda me calé, pero sólo por uno de mis costados. La mitad de mi cuerpo estaba completamente seca. Una especie de Harvey Dent de la caladura :D

En fin, coches al margen, el plan era subir hasta Inverness, para lo que teníamos que hacer unos 400 kilómetros (a los del alquiler les parecía lejísimos, pero no era más que un Bilbao – Madrid). Eso sí, no había autopista más que en una parte del recorrido, el resto por carreteras infernales y a 60. Así que nos iba a llevar un buen rato. Para amenizarlo, por el camino parábamos en el Castillo de Blair. Este castillo pertenece al duque de Atholl, algo que no dirá nada a prácticamente ningún lector. La cosa es que en la enredada historia de Escocia y sus relaciones con Inglaterra hay mucho de aristocracia, familias, herencias y títulos disputados. Como en toda Europa, pero más british porque aquí desayunan huevos con beicon. Entonces todos los castillos que hay diseminados por Escocia han sido de escoceses, que después bajo sometimiento inglés han pasado a manos de aristócratas ingleses, pero luego volvieron a manos escocesas  (en caso de que no fueran arrasados)… y en muchos de ellos siguen viviendo o estando a disposición de los nobles varios. dscf5700 dscf5701

El castillo estaba bastante bien, aunque se había quedado anclado en otra época pero se puede hacer una visita detallada de todas sus estancias, básicamente para conocer el estilo de vida del duque: cuándo caza, dónde come, dónde duermen sus hijas o cómo le gusta que le pinten como a una de sus chicas francesas.

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También tenía muchas cornamentas en un salón de baile. ¿Sería un “guiño guiño” a las parejas que habían pasado a bailar aquí?

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Después del castillo pudimos ver los jardines, espectaculares, las caballerizas, y el tercer pino más grande del Reino Unido (le Royaume Uni, trois points). Allí comimos en unos agradables banquitos, nuestro jamón de Claudio con pan cutre local en lo que una vez más vendría a convertirse en la tónica habitual de las comidas (aunque aún faltaba la tónica habitual de las cenas, que hoy inauguraríamos).

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Y por la tarde… Castillo! Cerca de Inverness está el castillo de Cawdor, pasando los campos de batalla de Culloden (que recuerdan al muñeco de Bart: Culozilla). Este castillo era conceptualmente lo mismo que el otro: aristócrata, habitaciones del aristócrata, cocinas y habitaciones de la plebe, y jardines chachis. Sin embargo, siendo más pequeño, también era mucho más pocholo y  más castillo, tenía incluso un dungeon.dscf5715 dscf5719

y un puente levadizo…dscf5722 dscf5724 dscf5731 dscf5732 dscf5738

Y los jardines tenían nenúfares y cardos azules, flor de Escocia (no,  el de la foto no es un cardo azul). La visita fue sustancialmente más corta, fundamentalmente porque el castillo es más pequeño. Después arrancamos hacia Inverness, ciudad con nombre muy parecido a Invernalia, pero que no hace tanto frío. Por lo demás deben de parecerse bastante. En realidad, la parte de -ness de su nombre hace refencia al río Ness que la atraviesa, que proviene del lago Ness. La parte Inver-… pues no sé, pero de verano seguro que no.

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Inverness no tiene gran cosa que ver, pero el paseíto junto al río Ness es agradable, y frío. Aunque en Escocia no hay prácticamente grandes picos con nieves perpetuas, el agua que viene de las cumbres del interior trae bastante frío. Al final la latitud casi 60º es lo que tiene.dscf5744

Después del paseo descubrimos que a pesar de la luz que había, que parecían las seis de la tarde, era bastante más tarde, quizá las 9, ya que estas latitudes también son propicias para los días muy largos en verano. Así que salimos en busca de un restaurante, pero después de varios intentos y que nos quitaran un par de ellos en las mismas narices, conseguimos mesa en un estupendo italiano del centro, donde los tres comimos de forma casi automática espaguetis carbonara.

Tras la cena marchamos a conocer el ambiente local y dimos con un garito aparentemente auténticamente escocés, con música en directo  y birras locales y de fuelle, como ya venía siendo costumbre. En una de las canciones el tipo empezó a preguntar nacionalidades a todo el público y todos fuimos descubriendo que el único escocés que había en el bar era el camarero.

Al final, nos largamos hacia el hostel, un espartano alojamiento muy cerca del centro que nos había costado cuatro duros, y como tal estaba conservado y decorado. Bueno, no estaba tan mal.. al día siguiente íbamos a ir a otro hostel de esta misma cadena en Skye que nos había costado menos aún.. y ahí descubriríamos el auténtico cutrerío.

4 comentarios sobre “Calabacín en Caledonia, capítulo 2: Apuñalando al duque

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