Alemania y Austria, capítulo 2: Sin knuckels no hay paraíso

Alemania y Austria, capítulo 2: Sin knuckels no hay paraíso

Tras una noche de ronquidos cavernosos del infierno, despertamos sin mucha determinación. El desayuno de Wombats era más que correcto, un buffet en el que Karl se inició en el alpiste. Hoy empezaba el viaje de verdad, cogíamos nuestra Touran de alquiler y empezábamos a recorrer el interior de Austria y Baviera.

Al llegar a la oficina de alquiler descubrimos que no nos iban a poner una Touran, si no una Zafira… Parecía poca diferencia pero en los días sucesivos descubriríamos qué mierda de coche nos habían dado. Iniciamos en nuestro cutre-wagon el recorrido por las tierras bávaras y austriacas, con destino Salzburgo. Lo primero que descubrimos es que las carreteras de esta zona se quedan un poco pequeñas para las necesidades que hay. O todo el mundo se puso de acuerdo para largarse a la vez. Parecía Castro Urdiales en jueves-pre-finde-de-tres-días-que-va-a-hacer-bueno. Lo segundo que descubrimos es que el larguísimo CD que había traído Xabimann para amenizar los viajes básicamente se componía de temas folklóricos, patrióticos, Oskorri, y pinceladas de bizarradas francesas. No tardamos en empezar a skippear las canciones.

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Salzburgo está cerca de Munich, pero tardamos más de dos horas en llegar con ese intenso tráfico. Aparcamos en un parking cercano al youth hostel que habíamos cogido y salimos decididamente a ver el centro de la ciudad. Salzburgo me sorprendió por lo pequeña que es, una vez te salías del centro había unas cuantas zonas de viviendas pero no demasiado extensas. Parece que en Austria no se estilan las ciudades grandes. Estar rodeados de super montes y nieve una buena parte del año seguro que no ayuda demasiado. Aun así, Salzburgo tiene un pasado de poder e influencia. Su control de la sal de diversas minas cercanas (de ahí su nombre), parece que tuvo que ver en que fuera una ciudad independiente gobernada por un super arzobispo de la super iglesia romana.

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En cualquier caso, estábamos hambrientos. El condenado viaje se había alargado demasiado, y entre dejar las cosas en el hostel, aparcar, y conocer al pobre coreano al que le había tocado compartir habitación con nosotros, nos dio la hora de comer. Conocer ciudades con estómago vacío está muy mal, así que nos fuimos al primer italiano que pillamos y prescindimos un día más del bocata.

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Salzburgo no es muy grande, pero es bonito. Estuvimos callejeando un rato por sus callejuelas con tiendas de mucha pasta, adornos de navidad, y muchas referencias a Red Bull. Resulta que SAlzburgo es la ciudad de Red Bull, y había unas cuantas tiendas con referencias a los coches y a Felix Baumgartner (el que saltó desde muy arriba), que también es de Salzburgo. Parece que no hubiera más Salzburguinos ilustres… oh, wait!

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En fin, pronto llegamos a la espléndida catedral. Como Salzburgo fue un arzobispado de gran relevancia para la iglesia católica, tiene un montón de iglesias tremendas, una catedral impresionante, y un super edificio que si no entendí mal, era donde vivían los altos cargos eclesiásticos y donde se celebraban concilios y reuniones similares.

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El techamen de la catedral se salía
El techamen de la catedral se salía

Después de enredar un poco por lo viejo, subimos al castillo, el edificio más destacado de Salzburgo. Si algo hemos hecho en este viaje ha sido subir. Fuera donde fuera el destino, siempre había que subir una cuesta empinada. Había también un funicular, pero no era lo mismo. Así que salvamos la cuestita, y entramos al castillo.

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Este castillo-fortaleza tiene una pila de años (es del año 1077) y como no podía ser de otra manera, la iglesia estaba implicada en que alguien decidiera construirlo. En la primera parte de la visita se veía cómo habían ido entochando el castillo con los años, como si fuera uno de estos videojuegos de “hazte tu granjita”. Pues igual pero con “hazte tu überfortaleza en la montaña”.

También había zonas con buenas vistas
También había zonas con buenas vistas

Luego iban enseñando salas, papas, arzobispos y gente con poder y mucha sal. La visita te lleva también a una “cámara de la tortura”. Como bien decía Karl, ¿quién demonios no va a entrar en un sitio así? Una vez dentro, descubrías que era humazo, la cámara de la tortura era una sala en la que guardaban algunos instrumentos de tortura (4 instrumentos), y en la que nunca se había torturado a nadie, ya que en la fortaleza no se aplicaba la justicia material. ERa un poco decepcionante, pero luego pudimos subir a lo más alto del castillo para poder ver las tremendas vistas de Salzburgo y los valles colindantes.

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Una cámara de no tortura
Una cámara de no tortura

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Después de unos garbeos adicionales por otras áreas del castillo en las que se podían ver armas medievales, trajes de guerra, y otras cositas interesantes.

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Había un paisaje majo
Había un paisaje majo

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Al final, volvimos a bajar al centro, donde habría estado muy muy muy bien poder ver el concierto del Requiem de Mozart que daban en la super catedral con sus über-órganos, pero costaba 28 pavazos entrar. Yo los habría pagado, pero me parece que era el único.

Xabimann era el único al que le daba igual posar con tumbas
Xabimann era el único al que le daba igual posar con tumbas

Así que seguimos la vueltita por el centro, que nos llevó hasta la universidad, donde había unos pepinos gigantes:

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Cucumis sativa es un primo cercano de Calabacín, así que tuvimos que hacernos una fotillo con la primada.

Por último fuimos a ver la casa de Mozart (desde fuera, no era barato visitarla por dentro), y el palacio Mirabell, uno de esos palacios hechos por los poderosos para sus amantes, con unos jardines tremendos. Allí nos sentamos un rato, recordando la sentada en el parque de las estatuas de Oslo.

DEsde Mirabell se veía chachi el castillo
DEsde Mirabell se veía chachi el castillo

Después, volvimos al hostel a dejar las cosas, ducharnos y prepararnos para nuestra segunda noche de knuckel. El Duke Knuckel Iñigenstein estaba ya relamiéndose. Esta noche tocaba la cervecera Augustiner Braustubl, mítica por hacer su propia cerveza, y tener unos salones y jardines inmensos. El problema de esta cervecera es que no tiene cocina como tal, si no una serie de comercios pequeños dentro de la cervecera (es gigante), en los que puedes comprar diversas viandas de muchos tipos. La parte interior de la cervecera son unos cuantos salones enormes con pasillos centrales donde están los puestitos de comida que acaban en las grandes barricas de cerveza. Estos salones estaban un poco desangelados y casi sin gente y llegamos a pensar que no era la cervecera adecuada. Pero abajo hay un super biergarten, un jardin con árboles y mesitas donde estaba todo el jolgorio.

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Allí nos lanzamos, pedimos 5 de sus mejores cervezas, y fuimos a por comida. Iñigenstein y yo queríamos algo menos intenso que el knuckel, y pedimos lo que pensábamos que era jamón asado. Cuando la chica empezó a prepararlo descubrimos que eso de la foto era knuckel deshuesado. Así que otra noche de knuckel para el Duke. Los demás fueron unos blandengues que se conformaron con costillas.

La cena estuvo muy buena y la cerveza mejor. Al salir nos dirigimos a uno de los bares del centro que nos habían recomendado. Encontramos uno muy interesante que pretendía ser una especie de minibar belga, con una pequeña selección de cervezas de importación. Tenía el elefante rosa de Delirium Tremens en la puerta y nos tomamos unas cervezas artesanas muy buenas. Nos sorprendió que la gente estuviera fumando a saco, pero por lo visto en Austria se puede fumar en los bares. Asco.

Después de aquello nos volvimos apestando a nuestro hostel, donde el pobre koreano esperaba en el vano de la ventana con la mirada perdida. Parecía una peli de Wong Kar Wai, pero no sabía lo que le esperaba. Accedió a irse a la cama en cuanto nosotros estuvimos listos.

El resto de la noche, probablemente la pasó despierto. El knuckel me dio una digestión pesada, pero al Duke no: pudo dormir como un tronco. Y los demás lo pudimos notar.

6 comentarios sobre “Alemania y Austria, capítulo 2: Sin knuckels no hay paraíso

  1. Lo más emocionante de la cámara de tortura era la gran rueda de madera que servía para machacar huesos. Que salvajada!!!!
    Que decir del Biergarten de Salzburgo. Al principio pensaba que no llegaríamos nunca. Estábamos con hambre infernal y las indicaciones nos llevaban a la zona menos transitada de la ciudad. No había nadie por la calle , ni se oía ningún ruido. Yo pensaba que estaríamos solos o cerrado. Pero la sorpresa fue enorme. Y que rica la cerveza acompañada de buenas costillas,jeje

  2. Hay que ser cabrón para jugar así con los sentimientos de la gente. Tu entras pensando que estarán todas las paredes de la sala de torturas llenas de sangre y resulta que es chorizo Pamplona. Psssss.

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