Vietnam y Camboya, Episodio 8: Oasis

Vietnam y Camboya, Episodio 8: Oasis

Despertar en un hotel de 5 estrellas era algo a lo que no estábamos habituados, ni en este viaje ni en ninguno. Mucho menos bajar al restaurante del hotel, tener un extenso buffet y contar con un cocinero francés que te hacía la comida a demanda. Así que los desayunos fueron frugales y variados, con muchos platos en la mesa, como si fuéramos náufragos que llevan 15 años subsistiendo sin probar bocado caliente.

 

La fruta dragón estaba por todas partes

En principio teníamos que largarnos del hotel, ya que sólo nos lo habían puesto para una noche. Sin embargo intentamos convencer a Lisa para que nos dejaran la segunda noche aquí. No funcionó, tuvimos que hacer un nuevo cambio de hotel al que habíamos reservado en principio. Era peor que el de 5 estrellas, pero aún así estaba muy bien. Y teníamos masajes a cambio. Después de establecernos en nuestra nueva habitación, cogimos toda nuestra apestosa ropa en mugrientas bolsas de plástico y la llevamos a recepción, ya que teníamos servicio de lavandería. En cuanto nos deshicimos del pestilente cargamento un transporte del hotel nos vino a buscar para ir a la playa. La playa privada del hotel.

Brutal.

Al llegar a la playa fuimos conscientes de lo que era una playa privada: en realidad era una gran playa dividida en zonas donde cada hotel montaba su chiringuito con sus tumbonas y sombrillas.

 

mal o qué?

Las nuestras eran perfectas. Estaban en el centro de la playa, tenían un “restaurante” de pescado detrás (habíamos leído cosas muy interesantes sobre el pescado en el centro de Vietnam), y básicamente, nos tumbamos a la bartola con lectura, música o sueño, durante el resto del día, con paradas esporádicas para chombos, paseos bajo el sol abrasador, y para comer un arroz con pescado absolutamente espectacular (la mejor comida so far en todo el viaje). Había también una lancha con parapente que nos tentó varias veces, pero cuando vimos el precio nos desmotivó un poco: eran medio millón de dongs por unos segundos volando.

Así que allí vimos el día pasar hasta que sobre las 6 decidimos volver al hotel para darnos el masaje prometido, primero de pies y luego espalda y hombros. Por lo que cuentan los que se lo dieron, estuvo muy bien .

nnññg

Después de reposar un poquito en las habitaciones, salimos de nuevo a ver un poco más Hoi An, y a conocer su otro gran atractivo: los trajes a medida por 4 duros y en 24 horas! Estuvimos un buen rato mirando tiendas especializadas en trajes a medida, pero finalmente fuimos a la que nos recomendaron en el hotel, que por otra parte es la más conocida, y por tanto llena de turistas (y probablemente, la más cara). Pasamos un buen rato entre las telas, y los catálogos de corte, para descubrir que los trajes no eran tan baratos, a menos que te lo hicieras de polyester. Si te haces un traje majo de algodón o de lino, los precios suben hasta 80-120 euros, que sigue siendo barato para lo que es, pero no para ser Vietnam. Probablemente puedas buscar tiendas en las que te lo hagan por 50 euros.

 

las tiendas de farolillos lo petaban

Así que un poco desmotivados, nos fuimos a mirar lámparas (las lámparas son el mítico recuerdo de Hoi An). Y Carlong se volvió con una. También conseguimos negociar un batín de seda, e Iñiguyen se compró tela en bruto para sus confecciones caseras. Las tienditas de Hoi An molan bastante, son como el típico bazar asiático, caótico, con olores mezclados, regateo, y turistoides, pero sin la parte mala: no venden JENAS.

Hasta venir a Hoi An, todos los mercadillos bazares asiáticos que había visto habían sido similares y siempre salía con la sensación de “sólo he visto baratijas y mierdas varias que nunca compraría o que aquí compro porque soy un turista y algo tengo que llevar a casa”. Pero aquí además de las baratijas, que también, había cosas curiosas, enormes tiendas con barcos gigantes de madera( hay un episodio de TopGear que vienen a Hoi An en moto y el flacucho canijo tiene que irse en la moto con uno de estos enormes barcos), lámparas, y artesanía de calidad.

Tras los trajes y compritas, fuimos a conocer un poco mejor sus bares, que no tienen desperdicio, donde pudimos apalizar a Carlong al billar.

Sí, APALIZAR.

 

mucha posturita pero luego perder
:D

Otro día escribiré sobre Carlong y su palizabilidad al billar y a los bolos :P

Con los zumos se hizo más llevadero. También reservamos para cenar en el mejor restaurante que proponía la guía, el Morning Glory. Como era tan famoso, había que reservar, primera vez que nos pasó algo así en Vietnam.

 

sah, nostamal...

La comida fue lenta y tampoco tan buena. Resulta que en este restaurante tienen dos mini terrazas que si las pillas pues cenas medio en la calle y muy bonito. Si no, pues es un poco gabarrero y la comida tampoco es para tanto. Me quedo con el SAkura sin dudarlo.

La cena no fue gran cosa, pero después seguimos inspeccionando la noche de Hoi An, aparentemente sin mucha novedad que ofrecer. Demasiado bar para turisteo y demasiado poco para tomar una cerveza a precio vietnamita. Sin embargo ahí estuvimos un buen rato, para después volver a nuestro Little Hoi An boutique and Spa.

La noche fue larga y placentera, para levantarnos al día siguiente deseando tener un día más en Hoi An.

Como no lo teníamos, decidimos explotar al máximo el tiempo que sí íbamos a estar, así que después de otro desayuno histórico, y recoger nuestra ropa limpita de la lavandería, desalojamos la habitación para irnos directos a la playa otra vez, donde una vez más, pasamos todo el día entre chombo y chombo, paseos, y lo mejor, la comida. El día anterior habíamos visto que en el restaurante de pescados había langosta también, y parecía bastante barata. Así que desde el día anterior habíamos estado especulando sobre la langosta. Nos lanzamos al tema, y Carlong e Irang-tzu eligieron un ejemplar que no pesara demasiado.

Además pedimos más del arroz que tan bueno había estado, y unos cocos para beber. Por muy poco dinero atacamos a la preciada langosta, y volvimos a reposar a las hamacas.

 

burrarrum!

Al volver al hotel, nuevo masaje y piscina, hasta que saliera el coche que nos iba a llevar a Da Nang. Da Nang es un sitio muy mítico, pero por lo que pudimos ver de pasada al venir a Hoi An, era un poco Benidorm. Así que pensamos en ir a última hora con un transporte privado organizado por el hotel, que tampoco sería muy caro pues no estaba muy lejos.

Cuando nos quedamos sin luz para hacer el mono decidimos salir hacia Da Nang. El chófer era majo aunque no hablaba demasiado. Sin embargo, cuando nos arrimamos a las montañas de mármol, uno de los vista points relevantes, empezó a hablar y a decirnos que nos acercaba a verlas y blablablá. Tener driver privado no estaba mal J Así que el driver nos acercó a la base de la montaña, una zona repleta de tiendas que vendían tallas de mármol. Pero no 2 o 3 tiendas. 20 o 30 más bien. Básicamente sólo había tiendas de mármol. No sé de qué pueden vivir en esta zona si todos venden exactamente lo mismo.

En fin, en esta montaña en la que obviamente hay mucho mármol, también hay una pagoda en lo más alto que se puede visitar normalmente, subiendo en un ascensor. Hoy no era el día, ya que era demasiado tarde y ya no había visitas. Así que nos perdimos las vistas de la pagoda y las llanuras de alrededor, pero al menos pudimos hacer alguna foto.

No mucho después el driver entró en Da Nang, y nos acercó a nuestro hotel, un agujero infecto con cucarachas en una de las calles principales de Da Nang. Esta ciudad es muy turísitca, pero sobre todo hay turistas chinos, que son a los que les mola el rollo chabacano. Así que era raro encontrar occidentales por aquí, pero en su lugar encontrabas chinos, que son mucho peores. Nada más pisar el hotel nos largamos de allí, porque no era un hotel como para pasar el rato. Habíamos venido a DA Nang sólo porque al día siguiente cogíamos un avión a Saigón (HCMC Ho Chi Minh City)

Al venir en el coche ya habíamos visto el percal de la ciudad: neones, mal gusto, muchos coches, rascacielos… y en definitiva, una mezcla de las vegas y Benidorm cogiendo lo peor de cada mundo. Nos dimos una vueltilla junto al río, viendo los espectaculares puentes que han construido recientemente, ya que la ciudad es la que está en mayor auge de Vietnam y crece a pasos agigantados. Pero no había mucho que ver, salvo grupos de chinos haciéndose fotos con los estridentes puentes. Nada que ver.

Así que enganchamos con la cena directamente, fuimos a un restaurante recomendado por la guía, con una buena terraza y “cocina mestiza”. Básicamente pedimos macarrones a un precio semiasequible, pero fue una de las mejores cenas. No tardamos en volver, ya que tampoco había muchos sitios para ir, y meternos en el sobre para ver alguno de los peliculones que echaban en canales extranjeros. Al día siguiente íbamos a lo gordo!

 

2 comentarios sobre “Vietnam y Camboya, Episodio 8: Oasis

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