Nepal-Tibet. Capítulo 18: Huida del Valle de la Muerte

Nepal-Tibet. Capítulo 18: Huida del Valle de la Muerte

Para mí nunca hubo amanecida. Fue una noche de constante tensión, pendiente de la puerta y quien estuviera al otro lado intentando entrar. A las 5 empezó a amanecer y empezó el movimiento en la calle en Beni. Cuando me aburrí, y teniendo en cuenta que había un bus a Pokhara que salía a las 7, movilicé a Iñigorkha. Sin pasar por la casilla de salida, ni por lo que podría haber sido el desayuno, fuimos a recepción directamente a cambiar dinero y a que nos indicara dónde estaba la parada de autobuses; de paso compramos alguna chocolatina y agua, nuestro alimento básico en los 5 días del Valle de la muerte.

El tipo, lejos de decirnos dóde estaba la parada de autobús, se emperró en acompañarnos hasta el mismo asiento. Resultó que la parada estaba en la misma puerta del hotel. Todo lo que no vimos el día anterior por ser de noche se revelaba ahora. Beni era un pueblo alejado de los circuitos turísticos. Éramos los únicos occidentales en el pueblo y por sus caras parecía que llevaban tiempo sin ver uno. Todos nos miraban como a bichos raros. Era un pueblo sucio, viejo, embarrado y con una población recelosa. El tipo del hotel, que era tan obsceno y grasiento como el hotel, y éste lo era como el pueblo, nos llevó hasta la ventanilla de tickets y nos los sacó él, pidiéndonos las rupias. Iñigorkha estaba convencido de que hacía esto para sacarse unas perras adicionales, la desconfianza en cualquiera de alrededor era máxima, después de los últimos eventos. Pero no, el tipo nos sacó los billetes porque sí, y nos acompañó al mismo asiento del autobús y nos dijo dónde debíamos sentarnos.

Claro que desde el minuto uno tuvimos dudas de que ese autobús fuera a Pokhara y no vete a saber dónde, así que preguntamos a todos los que pudimos para asegurarnos.

Cuando estuvimos en el valle de la Muerte parecía imposible montarse en un autobús peor que cualquiera de los 4 que cogimos durante la marcha aciaga. En Beni descubrimos que era posible, y de qué manera! A parte de ser una vieja furgoneta con ventanas a la que le habían puesto asientos, con lo que implicaba en cuanto a estrechez de los mismos (en un asiento me cabía medio cuerpo sólo), los asientos habían sido sacados de algún autobús indio retirado tras 50 años de servicio. El asiento de Iñigorkha tenía el respaldo blando, caía demasiado hacia atrás. Los de delante estaban demasiado cerca, así que yo no, pero él pegaba con las rodillas e iba absolutamente comprimido.

Además de las incomodidades del autobús per se, había que añadir el factor bus de línea. Quien ha cogido alguna vez el bus de línea de Bilbao, que va de Santutxu a Rekalde, o alguno similar sabe que son autobuses que para recorrer 4 kilómetros tardan 1 hora pasada (son más lentos que ir andando). Hay una parada, cogen gente, y a los 80 metros hay otra parada en la que sube gente distinta, pero lo más inquietante es que se baja gente que se había subido en la parada anterior! Hay que ser vago para hacer el trayecto gran vía 20 a gran vía 40 en autobús!

Pues este bus era igual, pero en Nepal. Y no eran 4 km, serían unos 90. Resultado, 150 paradas, incluídas paradas para mear! Sí! y 7 horas de viaje. Básicamente cada 3 minutos el bus paraba a recoger gente en cualquier sitio. Todo el camino de Beni a Nepal era una “carretera” (a esto llego luego) flanqueada por casas (que no pueblos), simplemente casas sueltas junto a la carretera.

TEníamos la idea de que el viaje sería por carretera y estábamos aliviados en ese sentido, pero en realidad casi la mitad del viaje fue por caminos de cabras tan malos como los que había por jomsom. Cuando por fin pisamos asfalto fue en parte aliviante. Sólo en parte, porque el temazo de este viaje fueron los acompañantes.

El viejuno: no es decir mucho en realidad ya que allí no había jóvenes. PEro detrás de Iñigorkha se sentó un viejuno minúsculo arrugado y quejoso que estaba a disgusto con su asiento: quería el de Iñigorkha! así que estuvo buena parte del viaje emitiendo sonidos quejosos, dando golpes al asiento de Iñigorkha, y gritando cosas a la gente de alrededor

La madre: Junto a mí, en el suelo del autobús (ya que iba a reeeeeveeentar) se sentó una mujer con 4 ó 5 críos. Cada cierto tiempo se agarraba a mi pierna, los críos se tumbaban sobre mi pie, o lloraban, o ella los amamantaba (esto era frecuente). Podría pensarse que éramos unos sucios perros occidentales que no dejamos a la señora nuestro sitio; pues no, yo lo intenté pero la señora pasó de mí. No quería relacionarse con perros occidentales. Al margen, nadie más le ofreció su sitio.

Los 5 acompañantes del viejuno, que se convirtieron en 7: El viejuno iba en la última fila del bus, pero no iban 4 ó 5 personas, que es lo normal, iban 6. Y llegó un momento en el que entró una señora que si no tenía 200 años no tenía ninguno, y la acomodaron atrás (el bus tenía acomodador). Así que metieron allí a la vieja y a su acompañante. Dos señores pasaron a tener a otros dos en sus regazos. El viejuno quejoso empezó a quejarse más y a aporrear el asiento. Y la vieja se sentó en el asiento del medio, es decir, prácticamente al lado mío. En Nepal hay una costumbre que no hemos contado: escupir en cualquier lado. Ibas por la calle y siempre había alguien haciendo el ruido horrible de coger flemas para después escupirlas. Era estándar. No pasaba nada, y estaban todo el tiempo haciéndolo. Estaban tan acostumbrados que necesitaban poder hacerlo también en los medios de transporte. Los que tenían ventanilla no tenían problemas, escupían por la ventana. Pero había una solución para los que no tenían ventanilla: el acomodador también era un repartidor de bolsas, como las del vómito de los aviones, que estaban pensadas para escupir. LA vieja de 200 años que se sentó en la fila de atrás, pero que iba echada hacia adelante, por lo que su cabeza estaba junto a mí, estuvo las 6 horas de viaje escupiendo. De forma constante e ininterrumpida. Sus bolsas de escupitajos se llenaban de forma repugnante y le acercaban otras. A veces se quedaba parte de la saliva (y otras porquerías) pegada en los labios (labios de 200 años… pellejos colgantes, más bien), y tenía que hacer ruidos y gestos adicionales para eliminarlo. Así, Iñigorkha tenía al viejuno dándole una barrila infame, y yo tenía al lado de mi oreja a la vieja escupidora.

El acomodador: un tipo que hacía el papel de acomodador, interventor, cobrador de billetes, suministrador de bolsas para escupir, y que nos pidió los billetes en varias ocasiones, como si se olvidara de los únicos perros occidentales que iban en el bus

El viejuno que llevaba unos fardos gigantes de vete a saber qué y los dejó en medio del pasillo: Este hombre debía de ser el Olentzero de Nepal o algo así. Era viejo, barbudo, no gordo, ni con pipa, pero sucio de carbón, y llevaba mil paquetes que dejó en medio del autobús. Habría dado igual de no ser porque en cada una de las 150 paradas que hizo el bus, varias personas tuvieron que cruzar el pasillo en ambas direcciones, con lo que más de una vez veías a una señora de 70 años escalando por los paquetes, o a un tipo gigante levantando la pierna tanto que su pie estaba en tu cara. Muy divertido.

Y en general, todo el resto de gente que iba en el bus, mucha, variada, y escupiendo constantemente.

CUando llegamos a Pokhara, algo que llevó horas y horas, el suelo estaba lleno de porquería, papeles, bolsas y la chica con varios críos que estaba al lado mío había estado sentada en un charco de vómito, presumiblemente de sus críos, pero vete a saber. No olía demasiado pero era igualmente repulsivo. Bajarse del bus fue absolutamente liberador. Cogimos el primer taxi y aquí empezó a notarse el cambio de políticas monetarias de Iñigorkha, le pedimos ir al Butterfly Lodge y no le regateamos. SImplemente llévanos, sucia rata!

Pero nos paró antes del Butterfly Lodge, para poder coger los viajes a Katmandú. ASí que fuimos a un par de agencias pero tampoco no esforzamos mucho, cogimos el primer bus de la mañana del día siguiente, que si todo iba bien, nos dejaría en Katmandú a medio día, con tiempo de sobra para realojarnos y prepararnos para la salida al día siguiente.

De allí al butterfly lodge. Jamás volver a un albergue de gama baja había sido taaaaan “feels like home”. DEspués del valle de la muerte, era nuestro jodido hogar. Era el cielo. Era Elvis!

Y la ducha. Sólo pedimos una cosa al tipo del butterfly lodge: “danos una habitación que tenga una ducha cojonudísima”. Esa ducha. Normal, en apariencia. Pero caliente. Con varios chorros. Con jabón. DEspués de 5 días sin pisar una, y con 4 grandes sudadas a nuestras espaldas. Esa ducha fue lo más próximo al paraíso que vamos a estar nunca.

Tras recrearnos en el agua caliente, buscamos en la guía el mejor restaurante de Pokhara, porque la comida de ese día iba a ser LEGEN…. wait for it…. DARY!

Así, nos dirigimos al Moondance, donde comí por fin unos macarrones con queso excelentes, Iñigorkha un filete presumiblemente espectacular, y una ensaladita. Qué vicio. San Miguel nos acompañó la comida. Lo creáis o no, es una de las cervezas más extendidas en Nepal, y probablemente la principal de importación.

Festín LE-GEN-DA-RIO. Qué bien saben unos macarrones cuando acabas de escapar del Valle de la Muerte.

Ni qué decir tiene que la mirada de los mil metros a estas alturas era la única mirada que teníamos.

Después de aquello nos dirigimos al butterfly lodge de nuevo donde la siesta fue una de esas siestas que entran en los manuales de las siestas y en el futuro los niños las estudiarán en el cole.

Por la tarde, tras especular un rato por los puestitos y por internet, cenamos un poco, y nos fuimos a dormir, no demasiado tarde, para poder disfrutar de unas camas que eran camas de verdad, y una noche en la que no iba a haber ladrones, mosquitos, tensión previa a un vuelo que no podíamos coger, ni nada por el estilo. Mañana era nuestro último día en Nepal.

 

7 comentarios sobre “Nepal-Tibet. Capítulo 18: Huida del Valle de la Muerte

  1. Vaya aventuras…lo de la vieja escupidora y el viejo quejica tuvo que ser una auténtica tortura.

    BTW, no es tan raro lo de la San Miguel, de hecho a ellos les pilla más cerca que a nosotros, es filipina.

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